Juan Francisco Ferré

Todas las hijas de la casa de mi padre

Lola Araque

18/12/2025 - 19:00 - Librería Proteo

Encuentro con Juan Francisco Ferré y club de lectura abierto de su última novela Todas las hijas de la casa de mi padre (Anagrama). En conversación con Héctor Márquez y el público asistente. Firma de libros tras el encuentro.

18/12/2025 - 19:00 - Librería Proteo - Pta. de Buenaventura, 3 - Málaga
Entrada libre hasta completar el aforo.

Terminamos las actividades del año 2025 en El Tercer Piso de Proteo con un abrazo agradecido a la gran literatura y con una de las novelas más brillantes del año: Todas las hijas de la casa de mi padre (Anagrama), el “enésimo testimonio del talento y la escritura radical de Juan Francisco Ferré, una voz única, inimitable e imprescindible de la actual narrativa española”, tal y como dice -con justicia- la promoción editorial de la última novela del escritor, profesor universitario y crítico de cine y literatura malagueño. Será el jueves 18 de diciembre, a las 19:00, cuando descubramos junto a Ferré las claves de esta obra situada en Málaga, en el Atabal, en los años setenta, que narra la transición política con elementos autobiográficos desde la perspectiva de la iniciación sexual de una adolescente: una novela clasificada S. En un híbrido entre club de lectura abierto y presentación para rezagados, Ferré charlará con el director de El Tercer Piso Héctor Márquez y con el público lector. El autor, busca con esta novela “demostrar que España era entonces mucho más compleja y rica, en esos años tan frenéticos, libres y caóticos, en el buen sentido de la palabra”. Patrocina Fundación Unicaja. Entrada libre.

Todas las hijas de la casa de mi padre: La Transición española contada a través de las vivencias y la escritura alucinada de una adolescente que despierta al mundo adulto

«Dios no quiere que escriba esta novela», dice la narradora. Pero la escribe, y en ella relata el despertar a la vida adulta desde su adolescencia en una urbanización llamada El Atabal, fundada por holandeses, donde su rebelde hedonismo y su amistad con la omnipresente Regina la catapultarán lejos de la mediocridad circundante. La suya es una novela sobre la memoria, sobre la escritura como arma contra el mundo, atravesada de transiciones e iniciaciones: de transiciones, porque lo que se cuenta sucede en España entre 1976 y 1983, y de iniciaciones, porque lo que se cuenta es el descubrimiento del mundo adulto a través del sexo y el deseo.

En pleno amanecer sexual, la narradora conoce a un pintor llamado Carlos y a un escritor llamado Ángel. Acaso uno de ellos sea Dios y el otro el Diablo, y acaso ella sea una Eva gnóstica y andrógina a la que Carlos pinta desnuda en su particular Paraíso. El cuadro forma parte de una serie de lienzos en los que aparecen retratados, también desnudos, los capitostes de la urbanización, una transgresión que derivará en chantaje y en un escabroso asesinato.

Esta nueva novela de Juan Francisco Ferré es un artefacto literario y explosivo con múltiples capas y lecturas, repleta de guiños y juegos —de seducción— que retan al lector a adentrarse en un mundo de transiciones políticas e íntimas, de descubrimientos vitales y literarios. El enésimo testimonio del talento y la escritura radical de Juan Francisco Ferré, una voz única, inimitable e imprescindible de la actual narrativa española.

Juan Francisco Ferré: «El siglo XXI no nos hará más felices, más libres ni más ricos»

«El siglo XXI no nos hará más felices, más libres ni más ricos», advierte el escritor Juan Francisco Ferré, que acaba de publicar ‘Todas las hijas de la casa de mi padre’, movido por el deseo de «recordar que algunas de las luchas de los 70 y principios de los 80 no eran equivocadas».

«Había algo que cambiar en el mundo y seguimos sin cambiarlo, es más, no hemos podido ni frenar la hemorragia de las élites, que es económica, financiera y, por supuesto, de estatus, de privilegio», afirma en una entrevista con EFE Ferré, que presenta este jueves su nueva novela en el Centro Andaluz de las Letras, en Málaga.

Su libro, editado por Anagrama, «tiene mucho de autobiográfico en un sentido general», pero está «todo pasado por un tamiz de ficción que hace que todo se recree de una forma no puramente biográfica», por lo que «la novela está en ese juego entre lo ficcional y lo autobiográfico».

La ha ambientado en su ciudad, Málaga, en «un intento de descentralizar», para «contar la Transición desde una perspectiva inédita» y «demostrar que España era entonces mucho más compleja y rica, en esos años tan frenéticos, libres y caóticos, en el buen sentido de la palabra».

«Como novelista, estoy en contra de las versiones oficiales, la que han construido el periodismo y la política, que son cómplices y han construido la misma versión de España. Así estamos ahora, en una crisis de la democracia que es de cansancio, de fatiga y de escuchar los mismos puntos de vista».

La intrahistoria de la Transición

Ha querido contar, de ese periodo entre 1976 y 1983, «la intrahistoria, cómo se vivió esa época en la que liberarse y experimentar todo tipo de realidades sexuales y sociales se puso de moda y todo el mundo estaba loco por quitarse el corsé que el franquismo nos había echado encima».

«La novela reivindica esa liberación ahora, cuando estamos amenazados por formas de control y represión, pero no nos damos cuenta de que existen. Vivimos una época muy conservadora en el fondo y la novela quiere, reinventando el pasado, actuar sobre el presente».

La joven protagonista «hereda una idea bisexual de la identidad» que está en la comedia ‘Noche de reyes’ de Shakespeare «y que también tiene que ver con el ‘Orlando’ de Woolf, un personaje que cambia de sexo a lo largo de la novela, y que asume la sexualidad como algo fluido, que puede cambiar en función del objeto de deseo».

A Ferré, tildado por la crítica como «pornógrafo» o «libertino» por su tratamiento del sexo en libros anteriores, no le «importan» estos calificativos y se lanzó a escribir esta novela, «en la que el elemento erótico se multiplicó, porque se incorporó a la vivencia de una chica que pasa de la adolescencia a la primera juventud y vive distintas experiencias con total plenitud».

Una literatura rompedora

Su escritura también la califican como rompedora, algo que, a su juicio, nace del tipo de literatura con la que se «identifica» como lector. Porque hay libros que le gustan y otros que no le interesan «en absoluto», señala Ferré. El escritor ganó el prestigioso Premio Herralde en 2012 con ‘Karnaval’.

«La narrativa más convencional no me interesa. Hoy vemos que muchos lectores quieren que les enganchen con una historia que les interese, y yo no sé qué es eso», afirma Ferré. Cree que ahora «es muy difícil ser escritor, sobre todo escritor de verdad, no de historietas, porque los lectores prefieren otro tipo de entretenimientos».

A su juicio, la literatura «no tiene por qué ser entretenida». «Puede ser divertida, excitante o estimulante. La idea del entretenimiento la hemos sobrevalorado tanto que la cultura no nos permite escapar de esa tiranía. Prefiero divertir en el sentido de excitar o estimular, provocar placer o goce».

Sobre el Premio Planeta, opina que «no es un premio a la literatura, sino a la fama. Te lo dan o no en función de cuán famoso eres o cuánto sales en la televisión o estás de moda».

«No estoy en contra, es un negocio y tienen libertad para hacer lo que les dé la gana. Pero que no traten de vendernos que eso es literatura y lo que otros hacemos, también. Lo que otros hacemos es literatura, y otros hacen otra cosa. Un amigo lo llamaba producto editorial, que habrá que ver cómo sobrevive al tiempo».

Considera que, «cada año, el 90 por ciento de lo que se publica es basura. Pero los lectores son los que han querido eso: la basura se publica porque hay lectores basura». «Allá cada cual si quiere vivir en un basurero».

(José Luis Picón. Agencia EFE. Octubre 2025)

Entrevista en La Opinión de Málaga

TODAS LAS HIJAS DE LA CASA DE MI PADRE (FRAGMENTO)

Primera parte
DIOS
(1976-1979)

1

Dios no quiere que escriba esta novela.

2

Dios creó el mundo un 22 de octubre, según las teorías del arzobispo irlandés James Ussher, cuatro mil cuatro años antes del nacimiento de su único hijo, Jesucristo Superstar. Mil novecientos sesenta y dos años después, un 22 de octubre también, nació su única hija.

3

Mi padre biológico no quiso que yo naciera. El ginecólogo le planteó el problema. El parto iba mal. Se trataba de salvar la vida de la madre o la vida del feto. El doctor, como era costumbre en la época, quería salvar al feto. Mi padre quería salvar a toda costa la vida de mi madre. Yo nací contra la voluntad de mi padre. A mi madre nadie le preguntó.

4

La cesárea nos salvó la vida a las dos, a mi madre y a mí. Era un costurón espantoso que recorría el vientre de mi madre desde el triángulo del pubis hasta el orificio del ombligo. Cada vez que lo miraba me producía escalofríos. De ahí me había extraído a la fuerza el ginecólogo, como a Moisés de la canastilla en el Nilo, con la cabeza intacta y las ideas confusas, cuando yo no quería abandonar el útero materno por nada del mundo. Mi madre era una madre vocacional y se sentía muy orgullosa de esa cicatriz horrible. Representaba para ella la marca de su realización como madre.

5

Anoche soñé que volvía a la urbanización El Atabal. En el sueño volvía a pasear por sus calles, como antes cada vez que la tristeza y la melancolía hacían mella en mi ánimo, o me acechaban con sus zarpas, y me echaba a caminar sin rumbo fijo por los dominios de la urbanización. Vuelvo a ver esas calles largas y estrechas, llenas de casas blancas y amarillas, con buganvillas rojas y glicinas azules trepando por sus muros como signos externos de la vida que habita en su sombrío interior. Allí vivía gente que conocía muy bien y me era muy querida, y mucha gente desconocida y odiosa. Veía las casas brillando con fulgor en la oscuridad del sueño, bajo la luz de la luna llena, con sus grandes jardines traseros y sus piscinas de agua negra como la noche.

Entonces me sentí de repente poseída por una fuerza sobrenatural que me guiaba más allá de los límites físicos que la realidad de la urbanización me imponía. Volvía a ver a Regina en su casa de calle Bali, esperándome en la puerta para contarme la última novedad del cine y la literatura, el último cotilleo sexual, el último descubrimiento entre las actrices o la última anécdota sobre su intimidad. Y a León en su casa de calle Sumatra, metido en su habitación como un animal enjaulado, en celo permanente, esperando con impaciencia mi visita de todas las semanas. Y pasaba con aprensión por delante de la casa de Lydia y la saludaba con timidez, como a una amiga que hacía tiempo ya no consideraba tal, respondiendo a su tibio saludo como si fuera una despedida. Y ahí estaban Rosa y su madre, Victoria y Mari Carmen y sus hijas respectivas, exhibiéndose ante mí como si no hubiera pasado el tiempo desde la última vez que nos vimos. Y tantos otros vecinos y vecinas, apostados a las puertas de sus casas, inmóviles como estatuas, que me saludaban sonriendo, parapetados detrás de las vallas, las celosías y los arbustos, y me preguntaban uno tras otro por mis padres y por mi hermano Arturo, como si todavía viviéramos allí.

Volvía a la vieja casa de calle Java y los nuevos residentes me aguardaban en el portón de la entrada para invitarme a entrar y ver todo lo que habían arreglado y cómo estaba la casa desde que nos mudamos hacía dos años. No conseguía ver nada de lo nuevo que me decían y solo veía la casa tal como estaba cuando nos fuimos, conservada intacta. El espacio circular a la entrada, bajo la bóveda de la torre, la pequeña cocina a la izquierda, el comedor y el salón al fondo a la izquierda, con la chimenea que nunca funcionó bien, el cuarto de baño a la derecha, el cuarto de estar también, la gran terraza curvada que se exponía a la luz del suroeste tras la verja de hierro, los tres escalones que llevan a la zona de los dormitorios, a la izquierda el cuarto de mi hermano Arturo y al frente la habitación de mis padres, con la gran cama matrimonial en el centro y su cuarto de baño a la derecha, y luego la planta inferior, bajando la larga escalera en dos tramos, con el cuarto de invitados a la izquierda, atravesando el porche sin salir al jardín, y aquí el lavadero y la sala de juegos y de costura, con la ventana solitaria de marcos de madera despintados que se asomaba al jardín con pudor desde detrás de una reja, y después mi antigua habitación, tan espaciosa, tal como la dejé cuando nos marchamos, esa habitación donde escribí y leí tanto antes de cumplir los diecinueve años. Pero no me permitían salir al jardín y a la piscina para que no viera los destrozos que habían hecho en esa parte de la casa.

Y luego, sin hacer una pausa en la visita, regresamos al cuarto de estar, que seguía exactamente igual, me sentaba con ellos en la mesa camilla con el brasero encendido y me traían un vaso de una bebida refrescante que no reconocía, y mientras la bebía a pequeños sorbos me contaban lo felices que eran en aquella casa y lo agradecidos que estaban a papá y a mamá por habérsela vendido, lo que no era cierto. Al salir, los veía llorar y me decían para disimular, cuando les preguntaba, que era por la alegría de verme de nuevo. No querían decirme que lloraban de pena por mí y por mi hermano Arturo y quizá por mi madre. Entonces yo también me echaba a llorar y les decía que era por la casa, por lo vieja que me parecía y el tiempo pasado que había vivido en ella. Estaba allí, en la puerta de la casa, y no me atrevía a salir por miedo a que fuese la última vez que podría entrar. Era un sueño y no podía evitar que me fueran empujando con sus cuerpos hacia la puerta de salida para cerrarla y librarse de mi presencia en la casa. Y me quedaba fuera, como me pasó dos años antes, sin saber adónde ir. Y me veía caminando por las losetas de gravilla del aparcamiento, en la parte delantera, hacia la gran verja de hierro por donde entraban los coches, secándome las lágrimas y pensando en Carlos una vez más. Pensaba en ir a visitarlo sin avisar, como solía hacer cuando aún vivía aquí, a su casa de calle Borneo. Y ahí estaba, cuando llegué después del largo paseo, plantado en la puerta. Era Carlos y me estaba esperando, como siempre, para enseñarme con entusiasmo los nuevos cuadros que había pintado, y aún no estaba muerto, como mi hermano Arturo, ni nadie pensaba que se iba a morir tan joven. Todo se pierde. El tiempo no se recupera. La memoria miente. La vida es también la muerte.

(Juan Francisco Ferré. Todas las hijas de la casa de mi padre. Anagrama. 2025)

Juan Francisco Ferré

Juan Francisco Ferré (Málaga, 1962) es escritor, Profesor Titular de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada del Departamento de Filología Española de la Universidad de Málaga, doctor en Filología, narrador, ensayista, profesor en la Escuela de Escritores, columnista de opinión y crítico literario y cinematográfico. Adscrito inicialmente a la llamada Generación Nocilla ganó el favor unánime de la crítica literaria por su novela Providence que cosechó excelentes críticas en medios españoles y latinoamericanos y fue considerada, en su edición francesa, una de las grandes revelaciones extranjeras de 2011: «Una lengua literaria ágil: a la vez maliciosa, y llena de esa helada ironía que desplegaba el gran Nabokov» (J. E. Ayala-Dip); «Ferré ha lanzado una bomba posmoderna sobre el planeta libro» (Les Inrockuptibles). Con Karnaval ganó en 2012 el Premio Herralde de Novela: «Si en la ambiciosa Providence había demostrado un talento fuera de lo común, ahora llega mucho más lejos en su lúcido e implacable análisis de nuestra sociedad contemporánea» (J. A. Masoliver Ródenas, La Vanguardia); «La última danza macabra de Ferré es tan morbosamente adictiva, tan brillante en su papel de parada de monstruos posmoderna, que debe ser leída» (Laura Fernández, Playground). En Anagrama ha publicado también El Rey del Juego: «Una historia alocada, imprevisible, tumultuosa, zigzagueante. Una suerte de gloriosa astracanada para leer con los ojos muy abiertos» (José María de Loma, La Opinión de Málaga); «Entre Pynchon y Brautigan se desarrolla esta alucinada ensoñación que tiene mucho de distorsionada bajada a los infiernos» (Jesús Ferrer, La Razón), y Revolución, galardonada con el Premio Andalucía de la Crítica: «El intento logrado por hacer algo diferente con la novelística en español» (Manuel Arias Maldonado, Letras Libres); «Una propuesta narrativa con varias capas de lectura en un escenario distópico sometido por la inteligencia artificial» (Íñigo Urrutia, El Diario Vasco).

Finalista del Premio Herralde de Novela 2009, por Providence, lo ganó definitivamente en 2012 con Karnaval. También ganó el Premio Andalucía de la Crítica en 2020 por Revolución. Además de las publicadas en Anagrama, ha publicado también las novelas La vuelta al mundo (ed. Jamais, 2002), I love you Sade (E.D.A. Libros, 2003), La fiesta del asno (DVD Ediciones, 2005) y la edición ampliada de La vuelta al mundo (Pálido Fuego, 2015). O los ensayos Mímesis y simulacro: del Marqués de Sade a David Foster Wallace (E.D.A. Libros, 2010), Yin y Yang. El poder de Eros en las literaturas de Oriente y Occidente (Anthropos, 2011) y Así en el cine como en la vida (Escritos cinematográficos 2005-2015). Así como los libros de relatos Metamorfosis y Exorcismos. Es colaborador como crítico y columnista en numerosos medios y revistas especializadas.

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