Presentación libro de relatos Fuera de cálculo (Editorial Milenio) de la autora argentina Gabriela Colombo. Presenta: José Luis González Vera. Modera: Héctor Márquez.
Lo que leen las ovejas eléctricas
24/05/2023 - 19:00 - Librería Proteo -
Entrada libre hasta completar el aforo.
Una mujer se lucra plantando piojos en la cabeza de sus hijos. Pelos púbicos desorientados crecen en rostros femeninos. Un adolescente se atraganta con el celular de la madre. La naturaleza imprevisible y monstruosa aprende a defenderse. Dos científicas experimentan con la vida de una esfera que flota frente a ellas. Son algunos de los argumentos de los inquietantes, llenos de humor y perturbadores relatos que la escritora argentina Gabriela Colombo reúne en Fuera de Cálculo (editorial Milenio) libro que presentamos el próximo miércoles 24 de mayo (19:00) en El Tercer Piso de Librería Proteo. Lo presentarán junto a la autora dos viejos amigos, el poeta, filólogo y catedrático de literatura José Luis González Vera y el director de ETP Héctor Márquez. Una mirada nada tópica de Latinoamérica donde se aprecian ecos de Lispector, Cortázar y Salinger. Entrada libre hasta completar aforo.
FUERA DE CÁLCULO: CUENTOS BIZARROS DE UNA LATINOAMÉRICA PERTURBADORA
Una mujer se lucra plantando piojos en la cabeza de sus hijos. Pelos púbicos desorientados crecen en rostros femeninos. Un adolescente se atraganta con el celular de la madre. La naturaleza imprevisible y monstruosa aprende a defenderse. Dos científicas experimentan con la vida de una esfera que flota frente a ellas.
Fuera de cálculo es un libro que sorprende y entretiene, pero también perturba y conmueve. Sus cuentos abordan el absurdo de la existencia humana con ironía, humor y alta tensión narrativa.
Su autora, Gabriela Colombo, nace en Argentina, pero residió durante muchos años en Brasil. De ahí que sus protagonistas miren siempre el mundo con extrañeza, con esa distancia del que se sabe fuera de lugar.
Una mirada nada tópica de Latinoamérica
TODO LO ATRAVIESA
El hombre llega solo. La casa es inmensa y el barrio, repleto de mansiones. Está satisfecho con el contrato de alquiler firmado. Piensa cuánto les va a gustar vivir en ese lugar a la mujer y a los hijos. Ellos siguen en Miami, vendrán con la mudanza. Le parece una aventura vivir sin muebles. Solo tiene una cama y una heladera. Irá comprando lo básico para evitar comer en el suelo. Esa primera noche tarda en conciliar el sueño. Está atento a los ruidos del lugar. Sus pasos hacen eco. Se entretiene espiando a los vecinos por la ventana. Finalmente come un chocolate, mira la foto de su mujer en la billetera y se duerme.
A la semana se arrepiente de no estar en un hotel, de haber recibido la casa con dos meses de anticipación a la llegada de su familia. Las madrugadas comienzan a despertarlo con un olor indeseable. Su reacción es siempre la misma: va al baño y orina pensando en algún problema de cloacas. Cada vez que se desvela, se fastidia y juega al Tetris hasta quedarse dormido.
Le gusta levantarse temprano y ser el primero en llegar a la empresa. En la puerta de su oficina, una placa dice “Director de Marketing”, cuando la lee piensa: nada menos que de una multinacional. Jamás imaginó que algún día podría cobrar un sueldo tan alto. Dentro del paquete que lo convenció de dejar su empleo anterior y mudarse a San Pablo se incluyeron un Audi blindado y el servicio de chofer para los trayectos de mediana distancia. Su nuevo trabajo le demanda mucha energía. Estudia el negocio y el portugués de forma intensiva. De a poco va conociendo la cultura y las costumbres del lugar.
Compra una mesa, dos sillas, un libro, una tostadora eléctrica, una lámpara y un puff Fiaca. La mujer lo llama para decirle que lo extraña. Él le cuenta que vio un tucán en un árbol. Era un pájaro enorme, su pico medía por lo menos treinta centímetros de largo. La naturaleza es impactante. Pudo sacarle una foto. Se la va a enviar apenas corte la comunicación. Comenta también que conoció a los vecinos, que son extranjeros y que lo invitarán a comer un asado. Llega la noche y se siente un poco más en casa. Disfruta de la comodidad del puff leyendo el diario, cuando percibe nuevamente el mal olor. Visita cada uno de los cinco baños. Sale al patio trasero y comprende que el olor está en el aire. Es intenso, ácido, olor a podrido.
Una mañana va con el director industrial a la fábrica. Le muestran las maquinarias pesadas y los diferentes procesos productivos. Son líderes del mercado, no paran de vender. Saltan de una reunión a otra sin descanso. Al atardecer emprenden la vuelta. Mientras el chofer lidia con el tránsito, le preguntan por la nueva vida. Él se ríe y aclara que vive como un boy scout. Conversan hasta que el olor los interrumpe. El chofer informa que tiene la ventilación cerrada. Los tres clavan la mirada en el río. Él aprovecha para decir que ese mismo olor invade su casa por las noches, que es desagradable y le irrita la nariz. El director industrial deja abierta la posibilidad de que se trate del mismo río que cruza la ciudad y pasa cerca de su barrio.
Al llegar a la casa se encuentra con la vecina y le pregunta por el olor. Ella explica que acaba de comenzar la temporada seca: las lluvias cesan, el cauce se estanca y la contaminación se evapora. Pronostica un aumento con el paso de las semanas. ¿Cómo es posible que nadie le haya hablado del maldito río? ¿Qué dirección debe tomar para verlo? Ella le indica que al salir del barrio, doble en la primera calle a la derecha y la siga hasta el fin. Él se sube al Audi y avanza quince cuadras hasta un boulevard lleno de flores. Unos metros más abajo, hay un río de aguas negras, como si fuera de brea, con olas de espuma blanca. Baja las ventanillas y observa el paisaje con cara de asco. Unas aves descansan en las palmeras. Son buitres. El río parece devolverle la mirada, despide gases tóxicos.
Al final de la segunda semana sabe que el olor se hace presente alrededor de las diez de la noche y que va aumentando la intensidad hasta la madrugada. Durante el día prácticamente no se huele. Compra un rollo de cinta adhesiva grande y esa noche sella todos los ventanales. Transpira mientras lo hace. Se siente ridículo, pero necesita intentarlo. También prende un par de velas de citronela para disimular el hedor a fuerza del perfume. Inicia una investigación por internet. En las afueras de San Pablo, donde vive, se esconde el fino brazo del río Tietê, un río envenenado por sustancias químicas. El año anterior, miembros de una reconocida fundación ecológica se manifestaron en las puertas de la fábrica de su empresa. La noticia sobre el asesinato a balazos de uno de los líderes activistas le llama la atención. Se da cuenta de que la cinta adhesiva en las ventanas no sirve de nada. El olor todo lo atraviesa, todo lo puede. Pasa por debajo de las puertas, por mínimas hendijas, violenta los límites. Comienza a sentir náuseas. Quizá se deba a la mezcla ácida de la citronela con el aire del río. Apaga las velas, cierra la laptop y tarda en dormirse.
En la oficina se entera de la existencia de una causa judicial por el crimen. La gente de Legales le informa que la empresa no tiene nada que ver con aquella historia. Están diseñando un plan para limpiar los desechos químicos que arrojan al río por las noches. Estiman que en cinco años dejarán de contaminar. Es el plazo que impuso el Gobierno a las fábricas de la zona. Cinco años es la edad de su hija mayor. Cinco años dura el contrato de trabajo que acaba de firmar.
La casa se convierte en un lugar más habitable cuando por fin llega la familia con la mudanza. Su mujer, cansada por el vuelo, está contenta porque contratará dos empleadas que la ayudarán con la limpieza. Esa primera noche se duermen abrazados. De madrugada ella lo despierta para preguntarle si siente el olor. Sin esperar la respuesta se levanta para chequear los baños. Él se tapa con las sábanas hasta el hombro y se gira contra la pared. Le dice que vuelva a la cama, que probablemente se trate de las cañerías. Ella se acuesta y comenta que el olor también está en el cuarto de los chicos, que es repugnante. Él la vuelve a abrazar. Ella murmura que le arde la nariz. Él suspira y piensa: cinco años. Ya se van a acostumbrar.
© Gabriela Colombo.
Gabriela Colombo
Gabriela Colombo nació en Buenos Aires, en 1972. Es escritora, guionista y licenciada en Administración de Empresas. En 2006 se mudó a Brasil y comenzó a escribir cuentos. Forma parte del grupo literario Martelinho de ouro, de San Pablo. En 2016, su relato Vuelo nupcial obtuvo el segundo lugar en el Premio Municipal de Literatura Manuel Mujica Láinez. Es autora del libro de cuentos Experimento marciano, Ed. Modesto Rimba. Desde 2008 coordina clubes de lectura.
José Luis González Vera, Antequera (Málaga), 1964. Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Málaga. Académico Correspondiente en la Sección de Letras de la Real Academia de Antequera desde 2022. Profesor de Lengua y Literatura en Enseñanza Secundaria desde 1988, ha colaborado de forma asidua con diferentes medios como La Opinión de Málaga, SER, El Mundo o Diario Sur. En el campo de la creación literaria ha publicado poesía, ensayo, relatos y novela. Algunos de sus títulos son Los barrios lentos (2001) Los Naipes sobre el agua (2017) o Conciencia, recién publicado, además, de Nombres propios (2006) o El sabor de la madera de 2009.
Entre sus investigaciones destacan las dedicadas al periodista decimonónico malagueño Juan José Relosillas, a Jaime Gil de Biedma o a temas como las relaciones entre periodismo y política y diferentes aspectos de la historia de la literatura española y del arte contemporáneo. Ha realizado y participado en diversos trabajos cinematográficos como guionista o director, junto a realizadores como Alfredo López, Gabi Beneroso, Enrique de la Vega o Javier Artero.
Los cinco de Gabriela Colombo:
- Pájaros en la boca, de Samanta Schweblin
- Lazos de familia, de Clarice Lispector.
- Cuentos de Julio Cortázar, Bestiario.
- Matadero 5, Kurt Vonnegut.
- Nueve cuentos, de J.D Salinger.
- Cuentos Negreros, Marcelino Freire.