29/05/2025 - 19:00 - Librería Proteo

Presentación de La Guerra Civil española y la madre que nos parió (Ediciones del Genal), ensayo de Juan Manuel Jiménez Muñoz. En conversación entre el autor y Héctor Márquez.

29/05/2025 - 19:00 - Librería Proteo - Pta. de Buenaventura, 3 - Málaga
Entrada libre hasta completar el aforo.

Si hubiese que destacar a un autor exitoso en el catálogo de Ediciones del Genal, la editorial de Librería Proteo, sin duda elegiríamos al prolífico Juan Manuel Jiménez Muñoz, malagueño, médico de familia del SAS recién jubilado, que en los últimos años se ha convertido en una celebridad en Facebook con casi 70 mil seguidores. Su primer hit viral, aquella carta abierta a Pablo Iglesias con la que abrió el telediario en 2019. De todos sus libros -novelas o ensayos- se han hecho varias ediciones. Este próximo jueves 29 de mayo (19h) en El Tercer Piso de Librería Proteo vamos a presentar el último, La Guerra Civil española y la madre que nos parió, un ensayo iconoclasta donde saca a pasear sus principales cualidades: la cercanía del tono, su habilidad dialéctica y espíritu polemista, las capacidades humorísticas de su lenguaje irónico y satírico y su tino para aunar ofendiditos de todo el espectro político y social. El autor conversará con el periodista y director de El Tercer Piso Héctor Márquez y firmará ejemplares. Se reirán. Y puede que se ofendan también. Van avisados. Con el patrocinio de Fundación Unicaja. Entrada libre.

SINOPSIS DE LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA Y LA MADRE QUE NOS PARIÓ

La guerra civil española y la madre que nos parió es un ensayo gamberro, pero certero y valiente, sobre un tema controvertido del que estamos todos hasta los mismísimos ovarios: la contienda civil de 1936-1939, sus desencadenantes históricos y sus consecuencias durante el franquismo.

Frente a la solemnidad boba con que en 2025 algunos pretenden tratar los enfrentamientos entre hermanos de los años treinta del pasado siglo, La guerra civil española y la madre que nos parió es un soplo de aire fresco en el panorama literario español: un ensayo pletórico de ironía donde, con una prosa vibrante, se abordan delicados asuntos políticamente incorrectos de nuestro pasado lejano y del momento actual.

La guerra civil española y la madre que nos parió es una de esas rarezas que puede leerse, simultáneamente, con una lágrima en los ojos y una sonrisa en los labios. Y es, además, un libro cuyo contenido no ha de preocupar a nadie: todos se sentirán igualmente ofendidos.

Las ocho gafas que dificultan nuestra visión sobre la guerra civil y el franquismo

En 2025 es difícil escribir en España sobre la guerra civil y el franquismo, dos asuntos ahora regulados por la Ley: es la llamada “ley de memoria democrática” que hace referencia a la última mitad de la Segunda República, a la guerra civil en sí, a la dictadura franquista, a la Transición Democrática (1975-1978) y, absurdamente, al periodo constitucional que abarca desde 1979 hasta el 31 de diciembre de 1983.

La susodicha ley recoge en su articulado la siguiente amenaza para quien muestre discrepancias con la versión canónica (entiéndase versión socialista) de lo sucedido en ese largo periodo de la Historia de España: “serán castigados con penas de prisión de uno a cuatro años, y multas e inhabilitación de hasta diez años, quienes inciten o promuevan (…) el odio, la hostilidad, la discriminación o la violencia contra las víctimas de la Guerra civil y el franquismo”.

Por mi parte, por si acaso, prometo con la mano puesta sobre el Manifiesto Comunista de Marx, decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, sin promover el odio, la hostilidad, la discriminación o la violencia contra las víctimas del franquismo. Palabrita del Niño Jesús. Lo juro por Durruti, por Bakunin y por Largo Caballero.

Con esta ley, y con otra parecida que la precedió, así como con diversos reglamentos y costumbres derivados del wokismo —ideología de la que hablaremos extensamente en el penúltimo capítulo—, el Gobierno socialista español nos tasó al milímetro las expresiones que debíamos usar —o no usar— en relación con ciertos colectivos muy concretos en evidente peligro de ser víctimas del denominado delito de odio: gangosos, tuertos, mancos, bizcos, cojos, calvos, oligofrénicos, autistas, obesos, gitanos, subsaharianos, suramericanos, magrebíes, árabes, personas del colectivo LGTBIQ+, raza negra, raza asiática, raza india, budistas, hinduistas, musulmanes, antifascistas, mujeres progresistas, republicanos fusilados en la guerra civil y republicanos represaliados por Franco en la postguerra. A veces es la misma autoridad del Estado (Fiscalía de la “Memoria” incluida) la que interviene para poner las cosas en su sitio: algún comentario claramente injurioso, o simplemente desafortunado, puede ser subsidiario de una multa.

Otras veces —en realidad la mayoría— es la Asociación Nacional de Ofendiditos (A.N.O.) en sus múltiples disfraces (HazteOír, Manos Limpias, Acción contra el Odio, Asociación de Abogados Cristianos, asociación de islamistas con chilaba, asociación catalanista para cargarse el castellano, asociación podemita para la defensa del ornitorrinco, ONG de diverso pelaje, etcétera, etcétera, etcétera) la que ejerce presión social suficiente para censurar un chiste, una gracieta, una salida de tono o una opinión disidente. O al menos para que el autor se lo piense dos veces y acabe autocensurándose. Las gafas de la AUTOCENSURA son, pues, el primer obstáculo a la comunicación.

Sin embargo, el derecho a la libertad de expresión recogido en nuestra Carta Magna es justamente eso: el derecho a que no nos presionen, el derecho a que no nos censuren, el derecho a no tener que autocensurarnos, el derecho a mostrar públicamente una opinión chirriante que pudiera molestar a la inmensa mayoría. Y aún más: según la definición del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, “la libertad de expresión está pensada, incluso, para ofender, escandalizar, herir y hacernos repensar la realidad”. Eso lo tenía perfectamente claro toda la izquierda europea (y española) desde los años sesenta del pasado siglo hasta bien entrado el XXI: era una de sus banderas clásicas. Porque hasta ese momento (y no digamos ya en el franquismo inicial), las ataduras moralizantes y carcas provenían de la pacata derecha nacionalcatólica, de la extrema derecha y de la derecha extrema que, expertas en prohibir, armadas de enormes tijeras, recortaban cuanto podían en todo aquello que, según su forma de entender la vida, nos podía dañar a los demás: centímetros de película que sobraban, centímetros de escote en el teatro, centímetros de falda bajo las rodillas, centímetros de distancia en los bailes, un beso en la boca en alguna película extranjera, el coito sin orgasmo para la mujer, las sales cuando se desmayaban y el velo puesto en la misa. Por el contrario, nos alegraba la vida la juventud francesa del mayo del 68, ésa que buscaba el mar bajo los adoquines parisinos, la de Sartre y Simone de Beauvoir, la de los anticonceptivos como símbolo de la liberación de la mujer, la que acabó separando sexo y reproducción, la del “prohibido prohibir”; también nos alegraba la vida la loca izquierda hippy americana que experimentaba LSD y amor libre mientras componía bellísimas canciones pop, blues y rock folk, con el inolvidable “California Dreamin” de “The Mamas and the Papas”; y nos la alegraba la izquierda española de los setenta y ochenta con los genios de “Hermano Lobo” y “El jueves”; y nos la alegraba aquel Tierno Galván, alcalde socialista de Madrid, que pedía a los jóvenes “que se colocaran”; o aquel rompedor Almodóvar de la movida madrileña; o aquel Ramoncín gamberro que en sus conciertos de rock sacaba su gordo pene para mear a sus fans. Era todo aquello una bocanada de aire fresco (excepto la meada de Ramoncín, que era líquida), un viento irreverente que se reía de todos y de todo, y que instaba a los demás a reírse también de todos y de todo, una bacanal de libertad en la estrecha y censuradora moralidad de la derecha. Sólo la derecha pensaba entonces en la ofensa, en el delito de odio. La izquierda española, americana y europea, pensaba en lo que hay que pensar: en la libertad en general, en la libertad de expresión, en el derecho a disentir, en el derecho a ofender, en el derecho a criticar, incluso a criticar a Dios, pues criticar a Dios también va incluido en el paquete de la libertad.

(Juan Manuel Jiménez Muñoz. La Guerra Civil española y la madre que nos parió. Fragmento. Eds. Del Genal 2025)

Juan Manuel Jiménez Muñoz: «Para mí tener dos dedos de luces significa cambiar de opinión»

El novelista malagueño y médico de familia publica en Ediciones del Genal ‘¡Se me ve el plumero!’, una recopilación de artículos de opinión, en su mayoría cargados de humor e ironía, procedentes de su página de Facebook

Cuando Juan Manuel Jiménez Muñoz (Málaga, 1962) estudiaba en el Instituto de Martiricos, dudó entre hacer la carrera de Medicina o Historia, pues en esta disciplina le deslumbró el profesor Juan Antonio Lacomba, aparte de que en EGB un profesor, don Tiburcio, le inculcó el gusto por la Lengua y la Literatura. Al final se hizo médico pero nunca olvidó las Humanidades. Su último libro, ‘¡Se me ve el plumero!’ (Ediciones del Genal), es la prueba, cargada además de ironía y retranca.

¿Cómo nace este libro?

Es una recopilación de artículos de Facebook, donde llevo escribiendo seis años. Al principio la página la planteé como una plataforma para vender mis novelas, luego pensé que era una herramienta tan válida como otra para escribir y estar en contacto con los lectores y empecé a escribir artículos cortos de religión, política, historia, artículos literarios, medicina, política…

¿Cómo le fue?

Pues vi que la cosa iba gustando y ahora mismo va por los 66.000 seguidores.

La pregunta del millón: ¿cómo hace para tener tantos?

No tengo ninguna fórmula mágica. Lo único que hago es intentar escribir bien, con una cierta gracia, con temas de actualidad y mucha crítica para no aliarme con lo que está establecido. Hubo dos momentos importantes, el primero, un artículo que dediqué a las elecciones andaluzas en 2019. Pablo Iglesias lanzó un llamamiento para tomar la calle y escribí un artículo que se llamaba ‘Carta abierta a Pablo Iglesias’. Eso abrió el telediario en España. El segundo momento fue durante la epidemia de Covid. Mi familia se marchó al pueblo -tenemos una casa en Sedella- y yo me quedé solo en Málaga 72 días y noches, como otros compañeros médicos. Hice una campaña para explicar a la gente lo que era el Covid y apoyando las vacunas. Escribí una ‘Carta abierta a los imbéciles’, en la que hablaba de unos 200 médicos (antivacunas) que habían establecido una plataforma, Médicos por la Verdad y eso tuvo un impacto de más de 100.000 reproducciones y me llamaron de muchos países. Ahí también mucha gente se montó en el carro. Aparte, otros lectores ya me conocen por mis novelas

Además de la observación de la vida, ¿cuáles son sus referentes en el humor?

Tip y Coll han sido mis héroes. También son referentes Gila, Les Luthiers y Eugenio, para mí un genio del humor. Me ha gustado mucho el humor socarrón, el humor profundo e inteligente con los juegos de palabras…

En uno de sus artículos asegura que, cuando nació, para su madre usted era el niño más bonito del Universo pero para el resto del mundo, feíllo. ¿El humor empieza por uno mismo?

Creo que es fundamental, por eso con el primero que me meto es conmigo, pero cuidado, no se trata de reírse de alguien sino de reírse con alguien.

Muchos de sus artículos los protagoniza su tío abuelo Edelmiro.

Era el más gracioso e irreverente de mis tíos abuelos. Una persona analfabeta pero muy inteligente ‘de la vida’. Estuvo en el Desastre de Annual y cuenta que vio la estampida, con los moros disparando. Él contaba que tiró dos o tres tiros para cubrir el expediente y se metió debajo de la cama. Luego le pilló la Guerra Civil y como Canillas de Aceituno estaba en manos de la República, le reclutaron y estuvo por Guadalajara. Cuando terminó la guerra, como el bando nacional no reconocía el periodo militar con los republicanos tuvo que hacer la mili otra vez.

En un artículo se pregunta si hemos aprendido algo de la pandemia.

Yo te diría que no hemos aprendido mucho con la pandemia. Lo principal que no hemos aprendido es a hacer un análisis serio de lo que hemos hecho mal para sacar conclusiones, pese a que el presidente del Gobierno lo aseguró en televisión.

También comenta que forma parte de uno de los colectivos más oprimidos de España: el de la gente con dos dedos de luces.

Las personas con dos dedos de luces no tienen que ser ni de derechas ni de izquierdas sino gente sensata; para mí, tener dos dedos de luces significa cambiar de opinión. Nosotros, cuando nacemos, no lo hacemos con un sello que dice que este señor es del PP o del PSOE de toda la vida. Para mí una persona con dos dedos de luces es aquella persona crítica, capaz de ver en cada momento lo que le conviene a ella, a su alrededor y al conjunto del país. Pero argumentar está mal visto.

Aporta recetas contra la estupidez humana, ¿comparte alguna?

La principal receta es oír a los demás antes de oírte tú también y si alguien te está aportando algo que tú consideras que cambia tu punto de vista, reconocerlo.

Dedica el libro a la que denomina Asociación Nacional de Ofendiditos (ANO), ¿son hoy legión?

Por supuesto. La inmensa mayoría son inofensivos, son gente que se ofende por un chiste y dicen eso de ‘parece mentira que usted, siendo médico, diga esto’. Luego está el ofendidito agresivo e incluso el ofendidito peligroso, que es al que bloqueo. Al resto de ofendiditos los dejo porque dan vidilla a mi tertulia.

Al hilo de los ‘ofendiditos’ usted escribe: «En la España de 2023, salvo que dirijas la sátira a tu adversario político, está muy mal visto el humor». ¿Tan mal vamos?

Lo he comprobado porque cuatro o cinco veces me han cerrado la cuenta de Facebook, me han censurado y todas han sido por artículos de política o de Covid. Y eso que he dedicado horas y horas a discutir con los negacionistas, los terraplanistas y los antivacunas. Yo he hecho burla del divorcio de la infanta Cristina, de los problemas que tuvieron Pablo Iglesias e Irene Montero… y cada ‘familia ideológica’ me criticó.

¿Se están poniendo puertas al humor?

Así es. Por eso el título del libro es ‘Se me ve el plumero’, porque es alguien que te está diciendo eso de ‘tú me la quieres colar pero yo ya te he visto venir y sé que realmente no eres de los míos sino de los otros’. Y yo ya tengo una respuesta estándar que es mandarle una foto de indio con plumas y ya no me molestan.

(Alfonso Vázquez. La Opinión de Málaga. 2023)

Juan Manuel Jiménez Muñoz

Juan Manuel Jiménez Muñoz (Málaga, 1961) nació en una familia humilde y pasó casi toda su infancia y adolescencia en el pueblo malagueño de Canillas de Aceituno. Ha sido médico de familia en el SAS durante los últimos 40 años, institución donde ha ejercido numerosos cargos de responsabilidad hasta que se jubiló hace casi un año. Su relación con la Medicina ha sido siempre profundamente humanística, cercana, la de alguien que siente verdadera empatía por los seres humanos y, consecuentemente, es capaz de verlos -y de verse entre ellos- como una especie animal que hace muchas estupideces. Siempre llevó a un escritor dentro, siempre estuvo fascinado por la necesidad de contar. Pero no fue hasta hace unos siete años que se abrió un perfil personal en Facebook para promocionar sus libros cuando descubrió que tenía una base de lectores que no había imaginado. Escritor muy fértil y cercano, ocurrente, polemista y provocador, el impacto y espíritu humorístico de los artículos de opinión que escribe en su página personal en los que destaca su uso de la ironía y el sarcasmo le fueron proporcionando una legión de seguidor@s -70.000- que más tarde se convirtieron en fieles lectores y compradores de sus libros. Ensayos, novelas y recopilación de artículos publicados en Facebook, todos los ha editado con Ediciones del Genal, la editorial de Proteo, con bastante éxito. Entre ellos destacan las novelas históricas Los códigos de fray Moreno y Sangre de sierras bravas, la novela La flor de los Celindos, ambientada en las tierras familiares de Canillas de Aceituno en la Axarquía malagueña, Libélula Invisible, quizás su novela más lograda hasta la fecha donde introduce elementos familiares y personales muy privados y emotivos, ambientada también en Canillas de Aceituno entre 1919 y la actualidad, o Se me ve el plumero, donde recoge algunos de los artículos publicados en su página de Facebook donde demuestra que no le teme a opinar de cualquier tema y meterse en todos los charcos posibles, eso sí, siempre de manera divertida e irreverente. El ensayo La guerra civil española y la madre que nos parió que presentamos ahora en El Tercer Piso, es su último libro, como todos los anteriores, publicado en Ediciones del Genal.

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