CLARA OBLIGADO Y RAÚL DE TAPIA

Un árbol de compañía

24/10/2025 - 19:00 - Librería Proteo

Presentación de Un árbol de compañía (Páginas de espuma), ensayo poético-científico de Clara Obligado y Raúl de Tapia “Alcanduerca”. En charla con Héctor Márquez.

24/10/2025 - 19:00 - Librería Proteo - Pta. de Buenaventura, 3 - Málaga
Entrada libre hasta completar el aforo.

La escritora argentina Clara Obligado, la persona que introdujo los talleres de escritura en España, se levantó un día de la siesta pensando que había que escribir un libro sobre cómo los árboles refuerzan no sólo nuestra conciencia ecosocial y medioambiental sino la emocional y simbólica. Y que debía escribirlo mano a mano con un científico, destacado biólogo, divulgador y comunicador medioambiental y poeta: Raúl de Tapia “Alcanduerca”. Lo llamó y se pusieron de acuerdo en seguida. Ambos sabían que para hacer crecer la conciencia medioambiental hacía falta que ciencia y poesía se diesen la mano. Y así fue creciendo uno de los libros más estimulantes y hermosos que se han publicado este año: Un árbol de compañía. Publicado por Páginas de Espuma, lo vamos a presentar en El Tercer Piso de Proteo el viernes 24 de octubre (19:00) en una charla entre l@s autores y Héctor Márquez, amigo de Tapia desde que el malagueño lo invitase a su proyecto Aula Savia. No se lo pierdan. Habrá sorpresas. Patrocina Fundación Unicaja. Entrada Libre.

UN ÁRBOL DE COMPAÑÍA (SINOPSIS)

A cuatro manos, la escritora argentina -y extranjera, como a ella le gusta llamarse-, Clara Obligado y Raúl de Tapia, biólogo, botánico y degustador de paisajes, como a él le gusta llamarse, se internan desde una voz mestiza en un bosque donde las raíces de las letras y las ciencias se encuentran, donde la memoria y la naturaleza se abrazan, donde conocimientos y experiencias hibridan en una sola escritura. Ramas y raíces, lo aéreo y lo subterráneo, dos personas, lo que les une al suelo y lo que les hace devorar el aire. Los árboles habitan nuestra vida y en ella cada árbol ha tenido, tiene y tendrá un significado y un símbolo únicos de nuestra existencia. Un árbol de compañía contempla la observación, la reflexión y la conservación y recuperación de nuestros árboles, de tu árbol, de su sombra, de su respiración compartida, de su compañía.

Los árboles y los bosques son más que simples elementos del paisaje; son pilares fundamentales de nuestro mundo, tanto física como espiritualmente. En el tejido de la ecoliteratura y la conciencia ecológica, los árboles representan mucho más que biomasa y recursos naturales. Son testigos silenciosos de la historia de nuestro planeta, cronistas de climas cambiantes y refugios de una biodiversidad increíblemente rica. Desde tiempos inmemoriales, los árboles han sido venerados como símbolos de vida, sabiduría y conexión con la tierra. En la memoria colectiva de la humanidad, encontramos relatos de árboles ancestrales que han sido el centro de comunidades enteras, sirviendo como lugares de encuentro, reflexión y veneración. Estas historias no solo ilustran la importancia práctica de los bosques para la supervivencia humana, sino también su profundo significado espiritual y cultural. En un nivel ecológico, los bosques son los pulmones del planeta, absorbiendo dióxido de carbono y liberando oxígeno vital para la vida en la Tierra. Actúan como reguladores del clima, estabilizando el suelo, filtrando el agua y proporcionando hábitats vitales para innumerables especies de flora y fauna. Su papel en la mitigación del cambio climático y la conservación de la biodiversidad es irremplazable. En la literatura ecológica contemporánea, los árboles se convierten en personajes centrales que no solo sostienen historias, sino que también transmiten lecciones sobre la interdependencia de todas las formas de vida en nuestro planeta. A través de la poesía, la prosa y las narrativas visuales, los escritores y artistas nos recuerdan constantemente la belleza, la fragilidad y la urgencia de proteger estos bosques milenarios. En resumen, los árboles y los bosques representan un legado invaluable que trasciende generaciones y fronteras. Son esenciales para nuestra supervivencia física, cultural y espiritual, y preservarlos no es solo un acto de conservación ambiental, sino también un acto de conexión con nuestras raíces más profundas y un compromiso con el futuro de nuestro planeta.

UN ÁRBOL DE COMPAÑÍA (FRAGMENTO)

Empezar donde anidan las sombras, en su cavidad. Chopos que arañan el camino, un pájaro oscuro sobrevuela el trigal. Nubes que lo esconden todo. Las sombras crecientes de mis hijas, las menguantes de mis padres. La que me persigue desde que nací. Sombras sobre la mesa de este bar, en Viseu, que multiplican brillos e ideas. Bajo los tilos, en mi cuaderno, bailotean los espejitos del sol.

Me he tomado unos días de vacaciones y aprovecho para escribir. Es mediodía. Un aire delicado agita las teselas de los tilos que aletean su verdor. Parece una escena antigua. Hasta el kiosco que vende helados. Siempre me llega, en Portugal, la sensación de estar en un tiempo en el que pasó algo mejor. Sobre mi cabeza, las hojas del árbol son un corazón invertido, florecitas petulantes transpiran su fragancia. Es tan sutil el siseo de las hojas que subraya el silencio.

Parece que los tilos han llegado hasta la plaza para apaciguarme, bajo esta sombra que parpadea nada malo puede suceder. Tilo o tila, infusiones de paz. Bebedizos. Tazas que humean recuerdos entre las manos. La seducción de las plantas y su esencia volátil. Ese diálogo privado, de amor o de odio, entre el árbol y los insectos.

Cierro el cuaderno y pienso en Raúl, en este libro que intentamos escribir juntos. Fue algo que soñé y, sin pensarlo mucho, se lo propuse. Él, y su pasión por los árboles. Yo, y los meandros del escribir. Han pasado los meses y ya no sé qué es más laborioso, si nuestra tarea a cuatro manos o hacernos lentamente amigos. Voy inventando la estructura de estas páginas como una forma de cercanía con Raúl. Los árboles y la edad me han enseñado a ser paciente.

(Un árbol de compañía. Clara Obligado y Raúl de Tapia. Páginas de Espuma. 2025)

“Los humanos tenemos memoria, pero los árboles escriben en su tronco la memoria de todo el planeta”

(Entrevista a los autores)

-La primera pregunta debe dirigirse sin duda a la metodología y al encuentro que se supone se han ido cimentando en la escritura del libro, así como se describe un bello proceso de amistad. ¿Pueden darnos algunas pistas?

Raúl: Decía un buen amigo, el pintor Fernando Fueyo, que él tenía la certeza de tener varios amigos pendientes de conocer. Estaban en el camino de los años por vivir, aun no los conocía, le esperaban, pero llegarían. Con Clara ha sido algo semejante. No creo en las casualidades, sí en las causalidades. Parece que había varios senderos tendidos para cruzarnos hasta el día de la llamada de teléfono de Clara. Un mediodía cuando me invita a escribir juntos un libro de árboles. Todo viene contando en las páginas de Un árbol de compañía. A partir de ese momento ha habido un pacto de confianza, siendo donde personas muy diferentes con intersecciones en los árboles y sus recuerdos. Hemos disfrutado del proceso de escriturar y amistad por ese hecho de la confianza. Cada uno ha aportado lo mejor de su oficio, de su personalidad y esta circunstancia genera poco a poco la amistad. Nos hemos hecho amigos árbol a árbol.

Clara: Fue un proceso casi intuitivo. Conocía poco a Raúl, pero siempre que nos encontrábamos aprendía algo sobre los árboles. Me gustaba conversar con él, y también valoraba su manera de estar en el mundo. Un día me levanté de la siesta –siempre duermo siesta-, con la idea de que tenía que escribir un libro con él. Lo llamé en el acto y, mientras caminaba hacia el taller para dar clase, se lo propuse. De esto hace dos años y ahí está el libro. Nunca me arrepentí.

-Más allá de la amistad y el proceso de escritura, Un árbol de compañía se centra también en el necesario abrazo entre ciencias y letras, ¿no?

Raúl: Ciencias y letras son dos visiones de la misma verdad. La mirada del planeta que nos acoge, la forma como lo habitamos, la manera en que lo sentimos y expresamos. Si lo pensamos, la ciencia es poesía demostrada. Si digo que el arcoíris es un proceso físico de refracción y reflexión, resultado de la interacción de la luz solar con las gotas de agua en la atmósfera, solo será un parte de la realidad. Deberé hablar también de la parte emocional del espectador, de la literatura volcada sobre su espectáculo, de los lienzos donde vive. Goethe escribió su Teoría de los Colores, influenciado por su percepción estética del arco iris. William Wordsworth escribió su poema My Heart Leaps Up (también conocido como The Rainbow), donde el arco iris representa la conexión entre la infancia, la naturaleza y el alma poética. Turner, Constable o Rubens lo plasmaron en sus cuadros. Todo en su conjunto es el arcoíris. En mi imaginario el arcoíris siempre aparece sobre un robledal verde en mitad de la Sierra de Francia.

La separación de las letras y las ciencias limita el entendimiento o la interpretación de la realidad. Instala fronteras en el diálogo. Deben hibridarse más, en un mutuo ejercicio y esfuerzo por ambas partes. El resultado es siempre mayor que la simple suma de las partes. Es una circunstancia manifestada en cada página del libro.

Clara: Es un libro que propone varios acercamientos o procesos de amistad: entre dos personas, dos edades, dos geografías y dos maneras de vivir el mundo, También investiga en cómo pueden las ciencias y las letras marchar juntas. Creo que es algo que siempre me preocupó. Como ir hacia ese punto común del conocimiento superando la barrera entre las distintas disciplinas. Los griegos, por ejemplo, no lo veían así, eran seres más integrados. Si pensamos en personajes como Leonardo da Vinci, vemos que esta unión es muy fecunda. Poco a poco, las ciencias y las letras se han ido distanciando, y esto no nos ayuda en la tarea de comprender lo que nos pasa.

-Compartan hasta dónde alcanza la compañía y la cercanía del árbol, del bosque. Desde sus infancias crece este mundo vegetal como retrata el libro. ¿Hasta dónde llegan sus raíces?

Raúl: La primera fotografía del álbum de fotos familiar donde aparezco muestra un bebé de meses en la hierba junto a un árbol. Mis raíces en este sentido son fundacionales. Siempre me han acompañado los árboles en todas las etapas de mi vida. A mis 54 años puedo recordar la infancia como un paseo de frutales. La adolescencia rodeada de encinas. Los estudios universitarios, entre hayas, robles, abedules o arces. La madurez, personal y profesional, es un bosque de ribera en creación, alisos, sauces, fresnos, chopos y álamos. Hoy en día me obsesionan los olmos, los jóvenes que plantamos y los vetustos que contemplamos. Cada vez me emocionan más los árboles seculares. Todo lo importante en mi vida, y mi familia es su centro, ha ocurrido bajo los árboles. A lo largo de Un árbol de compañía Clara y yo desgranamos esta crónica de vida arbórea.

Clara: Las raíces nos dan forma, si analizamos nuestra manera de enraizar en el mundo entenderemos nuestra psicología e incluso nuestra ideología. Me apasiona esta relación con el mundo vegetal. Mi relación con los árboles es distinta a la de Raúl: él sabe muchísimo, en cambio mi memoria es más emotiva. Con la pandemia empecé a pensar en los árboles y me di cuenta de que ellos guardaban algunos misterios sobre los que yo sí había reflexionado desde la literatura. El paso del tiempo, por ejemplo. ¿Sabía yo que hay árboles que se pueden considerar eternos? La supervivencia. Esa paciencia infinita. He amado siempre a los árboles por su belleza, pero de pronto encontraba su sentido. Si nos colocamos frente a un árbol, somos muy poca cosa. Somos muy pocos, en comparación con el mundo vegetal. Fue entonces cuando comprendí que un árbol es como una cátedra de conocimiento, donde podemos aprender muchas cosas. Si sabemos mirar, claro. Y si queremos sobrevivir. Ellos seguirán, sin duda, los que podemos desaparecer somos nosotros.

-Nosotros cambiamos, nuestra memoria se transforma. El libro discurre en una forma de intercambio entre nuestra memoria y la naturaleza, nuestros ecosistemas y nuestros bosques. Se incide en las edades que vivimos y las que han vivido árboles centenarios. ¿Qué papel juega la memoria en estas páginas?

Raúl: La memoria es selectiva y poco fiel a lo acontecido. Recordamos de manera incompleta y, al paso de los años, creamos una imagen hecha de retales, unos fidedignos, otros emotivos. Un collage. Cuando empezamos a escribir hubo un intercambio de recuerdos constante. Era una forma de comenzar esa confianza mencionada. En el ejercicio de remembranza fui consciente, sobre todo al escribir y describir, de las trampas de la memoria.

En el libro tratamos de darle una dimensión a la memoria donde se integran percepciones más allá de lo visual. Entramos en los olores de la acacia para llevarnos a la primera novia, en mi caso, o el país nativo, en el de Clara. Los sonidos del bosque los hemos paseado juntos. En la comarca cacereña de la Vera, donde ella reside siempre que puede o en las riberas del río Tormes, mi memoria sonora del natural. Hemos escrito una crónica de viajes por los árboles, los paisajes y el tiempo. Será bello conseguir que los lectores hagan ese viaje personal a lo largo de sus árboles de vida.

Clara: Me gustaría hablar de una “memoria del porvenir”. Sin el mundo vegetal, no tenemos futuro, porque no tendríamos oxígeno. ¿Cuál forma de vida es más inteligente, la que cuida de su hábitat o la que lo destroza? Los humanos tenemos memoria, es verdad. ¿Y los árboles? Los árboles también la tienen, viven mucho más que nosotros, saben escribir, cuentan, en los círculos de su madera, la historia del planeta. Quizá tendríamos que oír con más atención lo que nos dicen, quizá nos ayudaría desarrollar un oído más fino. En fin, ¿podemos pensarnos sin tener en cuenta a los árboles? Sí. Poder, podemos. Pero quizá no deberíamos hacerlo, sin ellos caminaríamos hacia la destrucción. Este libro es también un proceso de amistad con nosotros mismos como parte de un planeta, no como especie separada de todo lo demás.

-Sin duda el libro reivindica, milita en la importancia de la conservación, cuidado, amor por nuestra naturaleza. ¿Podemos cifrar el valor del libro también en su dimensión ecopolítica?

Raúl: Prefiero emplear el término ecosocial. La naturaleza es un derecho de toda la sociedad a revindicar. En este momento tiene un factor clave en nuestra salud y en nuestra economía. La calidad del aire o la temperatura de las ciudades y pueblos depende en gran medida de la extensión de los jardines y el arbolado urbano o del estado de nuestros bosques en el medio rural. La naturaleza es la primera medida de prevención sanitaria. Tenemos que pensar en el concepto de una sola salud o one health. Este término implica que la salud humana, la salud animal/vegetal y la salud planetaria están interconectadas de manera íntima. Y bajo esta dimensión el libro se compromete como la necesidad vital de trabajar no solo por conservar la naturaleza, sino también por restaurar la mayor parte posible de lo perdido. No es una visión ecologista, es una visión egoísta. Solo si se salva la naturaleza nos salvamos nosotros. Se nos olvida que nosotros somos también naturaleza.

Clara: Claro que sí. Este es un tema en el que yo creo que no hay que ser dogmáticos, prefiero pensar en diferentes procesos de acercamiento a lo que nos sucede. Mi intención, al menos, al escribir este libro, era la de abrir o estimular campos de pensamiento posibles, diversificar las percepciones, mostrar como siempre hemos vivido con y en medio de los árboles, de tal forma que son parte de nosotros mismos. Están ahí, aunque no los miremos con atención, y tienen mucho para enseñar. Matarlos es matarnos. Cuidarlos es cuidarnos.

Creo que el arte es, quizá sobre todas las cosas, una manera de mirar, y desde allí también podemos profundizar en el cuidado de nuestro entorno. El arte es, también, de alguna manera, es una mirada optimista, porque permite ajustar la percepción y “convence” mucho más que los mensajes científicos que, a veces, no somos capaz de comprender y no nos impactan lo suficiente. Un poema nos cambia en un minuto. Nos ilumina. El arte, en este sentido, “explica” mejor. En el sentido etimológico de la palabra “explicar”, que quiere decir “sacar los pliegues”.

-Una niña tiene un “árbol de compañía” en el libro. ¿Cuál sería su “árbol de compañía” preferido?

Raúl: Por mi parte tengo dos árboles de compañía. Uno muy próximo, a un minuto de mi casa. Es un ciruelo japonés, en un antiguo huerto de los jesuitas. Es alguien a quien veo todos los días. Reparo en sus cambios de luz, en cómo se presenta durante la noche. Soy testigo de sus estaciones, de las distintas personalidades que tiene entre el invierno y la primavera. Lo dibujo, hago crónicas de sus jornadas o me siento a contemplarlo, sin más. Esta contemplación llena mi experiencia con el segundo árbol. Un gran alcornoque de más de 500 años. Es el ser vivo más hermoso que conozco. Vive mezclado entre encinas y algunos robles en un gran bosque de miles de hectáreas. Es una catedral viva, ante la que guardo silencio cuando me acero a verlo. Me gusta asistir a la sonata de aves, de pinzones, carboneros o petirrojos. Voy solo una vez al año, para ver cómo crece y cómo lo hago yo. Siempre que lo veo me provoca grandes reflexiones.

Espero que aquellos que nos lean aprendan también a leer los árboles, a su modo. Y por supuesto invitarles a buscar sus árboles de compañía. Lo agradecerán.

-Clara: El jacarandá, mi árbol de la nostalgia, que me lleva a Buenos Aires, con su alegría violeta. El aromo, que en España se llama mimosa. Sobre sus ramas aprendí el placer de la lectura. El olivo, persistente, que me hizo comprender, ya en España, otra forma de la belleza.

(Editorial Páginas de Espuma)

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