18/12/2024 - 19:00 - Librería Proteo

Presentación del libro Por así decirlo (Anagrama), relatos de J.A. González Sáinz. En conversación entre el autor y Héctor Márquez.

18/12/2024 - 19:00 - Librería Proteo - Pta de Buenaventura, 3 - Málaga
Entrada libre hasta completar el aforo.

J.A. González Sainz, escritor, traductor, filólogo y soriano, está considerado como uno de los grandes maestros del idioma de la literatura española contemporánea. Su prosa ha sido comparada a la de maestros como Ferlosio, Martín Santos o Benet. Ganador de premios como el Herralde de Novela, el de Las Letras de Castilla y León o el Premio Observatorio D’Achtal de Literatura fue el fundador y codirector de la prestigiosa revista de cultura Archipiélago durante años y en la actualidad es Director de Cultura del Centro Internacional Antonio Machado de Soria, que también fundó. Con varias novelas alabadas por la crítica publicadas todas en Anagrama, su último libro, Por así decirlo (Anagrama) lo conforman cuatro relatos, divertimentos, caprichos o disparates, como a él le gusta decir, con grandes dosis de humor, donde busca iluminar la condición de nuestra época y nuestra conciencia o falta de ella, e ilustrar sobre el nihilismo contemporáneo. Tenemos el honor de recibirlo en El Tercer Piso de Librería Proteo el próximo miércoles 18 de diciembre, en una conversación con el periodista Héctor Márquez, en la que conoceremos más detalles sobre su última obra y su trayectoria vital y literaria. Dentro del ciclo Volver a las Librerías, con el patrocinio de Fundación Unicaja. Entrada libre.

POR ASÍ DECIRLO

Por así decirlo son cuatro relatos, cuatro divertimentos, pero también avisos, tan graves como humorísticos, que buscan proyectar una especie de cuadrilátero metafórico de nuestras vidas.

En estos caprichos o disparates, González Sainz ha querido navegar esta vez en una corriente que podríamos decir que discurre de Cervantes a Goya y a Kafka o Pirandello. Se trata de cuatro divertimentos, tan graves como humorísticos, que buscan proyectar una especie de cuadrilátero metafórico de nuestras vidas; cuatro iluminaciones sobre la condición de nuestra época y de nuestra conciencia o falta de ella, sobre el destino de los habitantes del nihilismo contemporáneo, con su sistemático embarullamiento, falsificación y banalización de todo, y sobre la naturaleza del poder y la inocencia, sobre el engaño y el vaivén de las cosas humanas.

«En unos momentos en que la fantasmagoría de la realidad es tan desenfrenada −ha sugerido el autor−, quizá nada mejor que la apremiante realidad de estas fantasías para alumbrar nuestras vidas: nada mejor que el inquietante extravío de los personajes para centrarnos, y pocas cosas tal vez más adecuadas que sus disparates y desatinos para atinar algo más, y disparatar quizá algo menos, en nuestras decisiones y comportamientos individuales y colectivos.»

Con una prosa de meticulosa precisión y una mirada capaz de captar lo extraño que aflora en lo cotidiano, el autor introduce al lector en misteriosos territorios narrativos y lo acerca al vértigo ante lo desconocido a través de situaciones insólitas e imaginarias que, sin embargo, o por ello mismo, iluminan insólita e imaginariamente lo más habitual y real de nuestras vidas.

«Nadie que lo haya leído podrá olvidarse» (Manuel Llorente, Zenda).

«González Sainz, como Ferlosio, Benet, Pombo, Gándara, ha creado una narrativa ambiciosa, sin puntos de referencia con otros escritores españoles contemporáneos» (J. A. Masoliver Ródenas, La Vanguardia).

«Un maestro del idioma que se prodiga menos de lo que sería deseable» (Jon Juaristi, ABC).

«Hay que huir no de la realidad, sino a la realidad» (Entrevista a J.A. González Sainz)

Pregunta: Este libro está compuesto por cuatro relatos que no son exactamente cuentos. Usted los llama divertimentos. ¿Cuál es la diferencia?

Respuesta: Es algo que tiene una intención. He publicado dos libros de relatos, Los encuentros y El viento en las hojas, y creo que ambos tienen una línea de fluencia, algo que les da unidad. En El viento en las hojas, que es el más reciente (2014), ese motivo es lo impepinable, lo inextricable: la narración avanza y es como si hubiese naufragado, como si se hubiese hundido en el misterio de las cosas. De ahí su título, que vendría a expresar la noción límite que cierra las posibilidades del lenguaje y se abre a lo misterioso. En este caso, sin embargo, lo que he pretendido es algo distinto: he pensado en crear un artefacto, una especie de paralelepípedo donde proyectar cuatro imágenes distintas y complementarias sobre el mundo nihilista en el que nos movemos. Las dos primeras tienen una proyección más social, de crítica de las instituciones; y las dos segundas son más existenciales, la última se podría decir que incluso religiosa. A estas imágenes se les puede llamar relatos, porque ya todo es relato y nos movemos en el ámbito del relato más que en el de la realidad, pero he preferido llamarlas divertimentos, fantasías, caprichos en el sentido goyesco.

P: Siendo un escritor realista, no ha hecho en este caso literatura realista: la verosimilitud de estos relatos no la define la realidad. ¿Es una decisión consciente, quería expresar algo en particular?

R: En realidad, nunca me he considerado un escritor realista. Incluso el espacio de Volver al mundo, que podría tener una lectura más realista, incorpora una proyección mítica muy importante, pero efectivamente en esta ocasión hay un grado mayor de fantasía. Por así decirlo seguramente sea una prolongación de Un mundo exasperado, donde abordo lo que he denominado el «último hombre moral»: ese tipo de persona que se plantea éticamente cualquier momento cotidiano de su vida hasta el extremo que se convierte en un hombre patético o ridículo. Siempre pensé que esa línea de ficción que había ahí debía recogerla en algún momento y prolongarla. Aunque también se juntan más cosas, como que quería hacerle un homenaje a Kafka en el centenario de su muerte: esa línea que va del Licenciado Vidriera de Cervantes, pasa por él y llega a Pirandello y otros autores que me han formado en gran medida. Creo que, en definitiva, vivimos momentos de gran fantasmagoría, en el sentido de que esto es una fantasmada de mundo, un alejamiento de la realidad y una colocación muy satisfecha en el mundo de la comunicación, de los mensajes. Las trazas de realidad que tienen los discursos, incluidos los políticos, cada vez son menos. Nuestros enunciados se muerden la cola a sí mismos: son ellos mismos su propia referencia. Esta es una época que ha endiosado la confusión de signo y referente propia del posmodernismo.

P: ¿Quería que en estos relatos pesara más la gravedad o el humor?

R: Trato de tematizar la cuestión del humor en ellos, es cierto. Como casi todas las cosas, el humor se puede aplicar para una cosa y para la contraria: puede ser una máscara de cobardía que te desvíe de las cosas fundamentales, pero también una herramienta de conocimiento muy fuerte. Yo siempre digo que tengo un humor muy serio o una seriedad muy humorística y seguramente eso tenga que ver con que aquí haya tratado de delimitar una frontera entre gravedad y humor muy delicada, de tal modo que, al leer algo realmente serio, uno pueda concluir en una carcajada o, viceversa, atragantándose con algo que en un principio parecía humorístico.

P: La cuestión del lenguaje es clave para entenderlos. ¿Está reduciéndose nuestra capacidad de nombrar el mundo?

R: Diría que el mundo contemporáneo, en cuanto mundo de la comunicación, de las redes, de las televisiones, de los discursos, nombra de una forma trapacera, torticera, tramposa, en definitiva. Estamos en un momento en el que, ante el grado de trampas que nos hacemos a nosotros mismos como civilización, como país y como individuos, deberíamos llevarnos a replantear si el individuo es aún el sujeto de nuestro tiempo. Para mí, hay una especie de derrota o de marcha atrás en esa construcción del individuo que viene de la Grecia Clásica, atraviesa el cristianismo y el humanismo y llega hasta la Ilustración; de ese individuo que aspira a ser un sujeto capaz de someter a crítica lo que tiene delante y a sí mismo mediante el contraste y la experiencia individual y válida de la realidad. Nos hemos olvidado de eso que decía Heráclito de que el valor supremo radica en la experiencia de la realidad inmediata: ya no somos capaces de darnos un criterio y un gusto demasiado elaborados. ¿Por qué? Por eso otro que profetizó Nietzsche de que no habría hechos en sí, sino únicamente interpretaciones debido a que el valor supremo consistiría en la construcción de maquinarias poderosísimas de creación de interpretaciones. Teniendo en cuenta eso, hoy se podría analizar tanto el Gobierno de Sánchez como la propaganda de las empresas. Este es un mundo muy peligroso: cuando digo que el relato se ha endiosado, me refiero a que los individuos de hoy se bastan a sí mismos. La publicidad ha sabido sacar punta muy bien de eso que decía Machado de que al hombre siempre le falta algo, de que es esencialmente «faltusco».

P: Son explicaciones que nos remontan muy atrás. Más inmediatamente, ¿a qué atribuye este estado del mundo?

R: La baza principal del hombre es su capacidad tecnológica y la principal de sus capacidades, el lenguaje. En la complejidad del mundo necesitamos nombrar, relatar las cosas y, en la medida en que hacemos eso, abandonan el terreno de la realidad para pasar a formar parte del terreno del lenguaje. Lo que ocurre es que, si este se ensoberbece, surge el mundo de jauja: podemos nombrar de cualquier manera cualquier cosa. Y entonces se lleva el gato al agua quien tiene la mayor estructura de construcción de mensajes. En esa situación estamos.

(Gonzalo Cachero. Revista Ethic)

POR ASÍ DECIRLO (FRAGMENTOS)

1

En algún lado habría leído —porque no creía que fuera de su propia cosecha— que todo acontecimiento verdadero revela siempre un horizonte nuevo, y hasta a veces completamente inimaginable, de lo que pueden dar de sí las acciones y las pasiones humanas.
Desde el día, tan presente aún, en que Ibáñez Vanberg, Enrique Ibáñez Vanberg, tuvo ocasión de asistir, por azar y sin poder dar crédito a lo que veía, a uno de esos auténticos e insospechados acontecimientos que imprimen un sesgo inverosímil al reino de las posibilidades humanas, supo que estaba ya en condiciones de poder confirmar sin ambages que así parece ser en efecto, que a veces sucede algo, que acontece algo de pronto, por muy fútil o de poca monta que al principio pudiera parecer, y la piedra de toque de la bóveda de nuestra vida que hasta entonces nos pasaba inadvertida o a la que dábamos alegremente por supuesto, como lo más natural del mundo, de repente empieza a desajustarse, a tambalearse, y luego a venirse estrepitosamente abajo arrastrándolo todo en su caída y dejándonos a la intemperie de un paisaje que no hubiésemos podido ni imaginar antes siquiera, por más barruntos que algunos hubieran pensado tener. Que luego el meollo del acontecimiento fuera el suceso vamos a llamarlo en sí, o bien la inusitada potencia que irradia su metáfora, era ya otro cantar que él dejaba para que se lo respondiera el propio curso de las cosas, su destino quizá.

2

El día en que todo sucedió fue un día de julio de ahora hacía ya, si no llevaba mal las cuentas, justamente tres años —¿o eran ya cuatro?—, aunque su memoria lo conservaba con esa imborrable nitidez con que se recuerdan de ordinario los acontecimientos inesperados. Es verdad que se había dado cuenta de que, desde el primer momento, lo contaba siempre con las mismas o aproximadas palabras, y que esas palabras se habían hecho fuertes, como solidificadas, y habían sustituido ya soberanamente a los hechos como un segundo plato al primero, hasta el punto de que el acontecimiento en sí corría el riesgo de ser ya más que nada un acontecimiento del lenguaje y la imaginación. Suele suceder, se dijo, es la tendencia, y cada vez más acusada.
Si dijera que desde entonces no había dejado de pensar en lo que sucedió, de rememorarlo o, quizá mejor dicho, de considerar la luz que arrojaba o que imaginaba que arrojaba sobre tantas cosas de nuestro desajustado y tambaleante presente, o quién sabe si sobre los desajustes o tambaleos de siempre, sería desde luego mucho decir y exagerar de seguro, porque uno —aunque desde luego no fuera del todo su caso— siempre deja de pensar en algún momento o en muchos momentos e incluso en la mayor parte de los momentos; siempre deja, si está en su sano juicio —que ya decía él mismo que no tenía por qué ser el suyo—, de darles vueltas y más vueltas a las cosas. Pero lo cierto, y de ello puedo dar buena fe porque conmigo se sinceraba a menudo, demasiado a menudo para mi gusto, es que no se le iba lo que se dice nunca de la cabeza.
Darles vueltas a las cosas es pensar —pensaba—, y las primeras vueltas de las cosas son las palabras, o por lo menos, y no sabía muy bien por qué con tanto ahínco, esas vueltas les daba él. Pero sea como fuere, y a sabiendas de que las cosas siempre son como son y no como las pensamos o como querríamos que fuesen, esto es, son sin las vueltas que les damos —si bien a eso habría que darle unas vueltas, decía—, la cuestión es que no sólo le costó salir de su asombro aquel día y dar crédito de buenas a primeras a todo lo que estaba presenciando —realmente no se lo podía creer mientras lo veía; ¿puede estar pasando esto?, me dijo cien veces que se preguntaba, ¿puede estar pasando lo que está pasando?—, sino que incluso después, a lo largo de los tres o cuatro años que ya han transcurrido desde entonces, ha tenido que emplearse a fondo para tratar de hacer no ya conllevable, que eso sería mucho decir, sino cuando menos, porque a la fuerza ahorcan, sencillamente concebible el panorama que de repente había desplegado aquel acontecimiento a quien quisiera verlo y las posibilidades a decir poco escandalosas que había dado a conocer.

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