Presentación de Sin noticias del mundo animal (Ed. Mrs Danvers), cuentos de Javier Echalecu. Presenta: Ina Olvera. Modera: Héctor Márquez.
07/06/2025 - 12:00 - Librería Proteo - Pta. de Buenaventura, 3 - Málaga
Entrada libre hasta completar el aforo.
A pesar de sus pocos libros publicados Javier Echalecu es un autor finísimo a tener muy en cuenta. Escritor, traductor, administrador civil del Estado y trabajador en el Ministerio de Cultura donde ha sido subdirector general del Libro, la Lectura y las Letras Españolas, este madrileño llamó la atención de la crítica en 2021 con su primer libro de cuentos Lo malo de una isla desierta. Ahora acaba de publicar Sin noticias del mundo animal (Ed. Mrs Danvers), 55 cuentos breves donde destaca el elemento paradójico, fantástico y humorístico, y en los que desgrana el malestar del hombre contemporáneo con breves artefactos literarios que revelan una identidad cada vez más distópica y deshumanizada. Puro caviar de palabras. Lo presentamos en sesión matinal el próximo sábado de junio, a las 12:00 am en El Tercer Piso de Librería Proteo en una conversación entre el autor, la poeta hispanomexicana Ina Olvera y el director de El Tercer Piso Héctor Márquez. Con el patrocinio de Fundación Unicaja. Entrada libre.

SIN NOTICIAS DEL MUNDO ANIMAL
Sin noticias del mundo animal es un libro que gravita alrededor de una maldición tan antigua en el hombre —son palabras de Luis Cernuda— como es el deseo de cambiar de sitio. En efecto, si algún nexo podemos encontrar entre todas las vidas reunidas en sus páginas, es sin duda el deseo de marcharse, de hallar una duración, de encontrar algún tipo de permanencia. No se trata, sin embargo, de un propósito fácil de lograr. Y es que frustra descubrir que, cuando nos movemos de sitio, parece que el sitio insiste en desplazarse con nosotros.
Formalmente, visto desde fuera, se podría calificar como un libro de relatos, en su mayoría breves, que suman un total de cincuenta y cinco piezas. Pero con el término relato no se acierta a plasmar el sentido de un libro que, en realidad, está muy lejos de una narrativa basada en la fórmula de «planteamiento, nudo y desenlace» y que más bien forma parte de esa familia de obras caracterizadas por lo que el crítico Ignacio Echevarría —a partir de una expresión de Robert Musil— llamó «el asco de narrar». De hecho, si hubiera que definir Sin noticias del mundo animal en pocas palabras, podríamos decir que es un libro heterodoxo y omnívoro, y siempre —siempre— humorístico y paradójico: una desenfada exploración de la vida humana y las formas menos transitadas, y quién sabe si por eso mismo más fértiles, de la narrativa breve.
Como escribe Ana Flecha, “me gusta imaginar al Javier funcionario como uno de sus personajes: encaramado al techo de su despacho pensando en las historias que pueblan las páginas de este libro transcrito más tarde por el Javier escritor. A ese segundo Javier lo imagino mojando la pluma de un ave extinta en un tintero hecho de materiales nobles y relleno de pigmentos vegetales. Así, la escritura de ese Javier que me invento recorre un pergamino que discurre por un pasillo muy largo y acaba llamando a la puerta de quien ahora tiene este libro en sus manos. Cualquier parecido con la realidad es, por supuesto, pura coincidencia”.
Miniadivinaciones
Cada época de la historia ha contado con sus propios métodos de adivinación. Los movimientos del aire, los dibujos de la harina, el vino, los espejos, las piedras preciosas, el vuelo de las aves, las entrañas humanas, incluso las ondas concéntricas producidas por un guijarro arrojado al agua… hoy en día es infrecuente encontrar a alguien que todavía confíe en artes tan rudimentarias. Ahora bien, que la credibilidad de los sistemas tradicionales se haya visto erosionada no significa que también haya decaído la esperanza de poder anticiparse al futuro, o que esta actividad sea más propia de mentalidades de otro tiempo. Al contrario: ocurre simplemente que la adivinación del futuro se ha desplazado a otro medio más contemporáneo y, hay que reconocerlo, con un porcentaje de acierto incomparablemente superior: hablamos, claro, del Súper Algoritmo (SA). Paradójicamente, quizá el éxito de este método frente a los anteriores estriba en lo humilde de sus ambiciones. Lejos de informarnos sobre futuros amores o nuestras carreras profesionales, como hacían los tarotistas, el sa se limita a averiguar para nosotros cosas tan simples como qué película nos gustará ver a continuación, qué libro podría entusiasmarnos, qué animal de compañía nos haría más felices o qué artículo de prensa haremos bien en leer porque hay garantías plenas de que lo disfrutaremos: lo suyo son, como vemos, miniadivinaciones. Por supuesto, hay otra diferencia de calado, y es que si aquellos métodos primitivos presuponían que el futuro estaba escrito y que para conocerlo uno había de descifrar sus signos, el SA no va tan lejos y considera el futuro un campo abierto de posibilidades. Ahora bien, y he aquí su principal descubrimiento, que el futuro no esté escrito no obsta para que, en base a una serie de variables —inabarcables para la mente humana, sí, pero fácilmente manejables para el SA—, sea posible predecirlo. Ahora que lo pienso, nada obsta para que las ambiciones del SA crezcan en el futuro, y llegue a conocernos mejor de lo que nosotros nos conocemos. ¿Qué le impide, en efecto, mediante un simple aumento de las variables que tiene en cuenta, adivinar también el porvenir de nuestro matrimonio o si tendremos éxito profesional? ¿O informarnos de cuántas probabilidades hay de que suframos un accidente de coche o tengamos una muerte violenta? No hace falta ser un genio para saber que por ahí irán los tiros: crecerán tanto las variables que maneja el SA que al final toda nuestra vida, por compleja que nos parezca, presentará la misma dificultad que una vulgar miniadivinación.
(De Sin noticias del mundo animal. Javier Echalecu. Ed. Mrs. Danvers. 2025)

Javier Echalecu: «La vanidad es, además de ridícula, peligrosa»
Hay maneras de escribir que saben a pan con membrillo, modos de pespuntar frases que resultan combas con las que saltar en ellas, formas de articular las historias que prenden una sonrisa que nos acompaña aún de noche. Todo esto (tono, oficio, belleza, humor) tiene Lo malo de una isla desierta (Pre-Textos), el primer libro de relatos de Javier Echalecu (Madrid, 1981), un territorio en el que sin duda aventurarse dichoso. Atentos a esa portada de la poeta y collagista Tere Susmozas.
– ¿Compensa perder una sala de estar (extrañísimo nombre, por más cotidiano que sea su uso) y encontrar una litografía de Kandinsky?
– Sí, efectivamente, tiene algo extraño el nombre de «sala de estar», aunque se trata de uno de esos sintagmas usados con tanta frecuencia que, al final, no somos capaces de percibirlo (de percibir su extrañeza, digo). De hecho, ahora que lo dices, me pregunto cómo se habrá traducido a otros idiomas en los que no existe la distinción entre ser y estar. Seguramente tenga un nombre mucho menos sugerente. Hay que ver, con lo fabuloso que sería hablar de una «sala de ser»…
Perder una sala de estar es lo que le ocurre al matrimonio que protagoniza el relato. El día de su aniversario, al llegar a casa, se encuentran con que ha desaparecido esa habitación y que, en su lugar, aparece una pared de la que cuelga la litografía de Kandinsky que mencionas. Puede parecer absurdo -y lo es, claro-, aunque menos de lo que parece si tenemos en cuenta que esa sala de estar ha ido, efectivamente, desapareciendo de la mayoría de nuestras casas a causa de la presión inmobiliaria.
Y no compensa, desde luego, no compensa. El matrimonio lo tiene claro: por mucho que los demás (policía, bomberos, ayuntamiento, empresas de mudanzas o sus propios amigos) les aseguren que toda pérdida tiene sus ventajas, y les recuerden que podrían haber perdido algo peor (ponte que hubieran perdido el cuarto de baño), ellos insisten en recordar la pérdida de esa sala de estar en la que un día hicieron vida. Y de esto último trata en realidad el cuento. Vale que vivir sea perder cosas (la frase es de Ana María Matute). Hasta ahí, estamos de acuerdo. Pero, en fin, una cosa es que aceptes que a veces toca perder, y otra distinta es que te quiten también el derecho a ser escuchado. Esto es lo que verdaderamente le ha sido arrebatado al matrimonio. No tanto una sala de estar, como el derecho a la palabra.
– ¿Qué deberíamos de aprender, en el caso de que hubiera que aprender de ellos algo, de quien «se esconde de su propia grandeza»?
– Tal vez su sentido de la protección. La vanidad es, además de ridícula, peligrosa. Conviene esconderse lo mejor posible de ella y, si te encuentra –porque seamos sinceros: cada cierto tiempo nos encuentra– lo mejor es entregarle algo en prenda y aprovechar su distracción para volver a huir. La vanidad nos deforma. La vanidad, como en el cuento del emperador, nos hace pensar que llevamos un vestido precioso cuando en realidad vamos desnudos.
– Para que uno, cualquiera, se parezca a su propia vida, ¿qué conviene hacer?
– Una persona a la que tengo mucho aprecio me dijo una vez: ¿y a qué podemos aspirar si no a convertirnos en una metáfora de nosotros mismos? Es una frase que se me quedó grabada, que me vuelve cada cierto tiempo, y creo que porque se opone radicalmente al mantra que tanto se escucha de «ser uno mismo».
Cuando pronunciamos esta última frase, sugerimos que existe un «uno mismo». O sea, que si conseguimos apartar las ramas del bosque, encontramos nuestra esencia. Y así, todo el secreto de la felicidad consiste en localizar ese yo verdadero que estaría esperándonos, como si se tratara de una flor con los pétalos desplegados que está ahí esperándonos, oculta entre arbustos y matorrales.
Bueno, no voy a negar lo importante que es saber lo que queremos y lo que nos hace sentir incómodos, pero lo cierto es que, si profundizamos un poco, nos daremos cuenta de que no somos una cosa que se pueda conocer. Y no lo es porque no somos algo «dado». No somos algo hecho de una vez por todas sino algo abierto: algo siempre pendiente de hacerse. Lo que somos es aspiración y posibilidad. Y quizá esto entra, más que en el ámbito del conocimiento, en el de la revelación.
Por eso creo que siempre hay como un desajuste entre nuestra vida y nuestro ser. Es contradictorio, lo sé, porque ¿qué somos sino nuestra vida? Y, sin embargo, a veces parece que vida y ser no terminan de acoplarse. Como si al mismo tiempo fuéramos y no fuéramos nuestra vida. Supongo que a esto se refería Machado cuando hablaba de la «esencial heterogeneidad del ser», o así lo interpreto yo, al menos.
– Pensando en el relato ‘Adverbios en mente’, ¿cuánto de genuino tiene Javier Echalecu como escritor y cuánto de heredado?
– Marco Aurelio comienza sus meditaciones indicando qué ha aprendido de cada ser querido, qué rasgos personales debe a cada cual. Es una muestra de agradecimiento a todos ellos con la que viene a decir: yo soy lo que soy gracias a vosotros. La protagonista de Adverbios en mente, sin embargo, hace lo contrario. Se pone a diseccionar obsesivamente su personalidad e identifica qué rasgo de su personalidad es original suyo y cuál viene de una influencia de los demás. Al final, claro, se da cuenta de que, si arranca de sí misma cada uno de esos rasgos que vienen de fuera, se queda sin nada, pues no somos sino una suma de los demás, o sea, que estamos hechos de influencias.
Pues bien, este deseo absurdo de originalidad de la protagonista me ha perseguido durante mucho tiempo como escritor. Siempre me ha obsesionado no tener una voz propia. Siempre he tenido la impresión de que mis relatos imitan la voz de otro autor. Que soy un «vampiro» de los estilos, como el personaje protagonista de El congreso de literatura de Aira. De hecho, cuando escribo, siempre tengo en la mesa los libros de los autores en los cuales me encaja ese tipo de cuento.
Esta venenosa obsesión la he tratado de exorcizar con la escritura de este relato, riéndome un poco de mí mismo, pero creo que solo lo he conseguido en parte. Sigo sintiéndome un imitador de voces, y me temo que siempre será así: hay autores que tienen una voz reconocible libro tras libro; en mi caso, tengo la impresión de que la voz cambia de relato en relato, y solo pasado un tiempo, cuando he tomado distancia, he podido descubrir ciertos temas que unen los relatos de este libro. Hasta hace poco el libro me parecía algo descoyuntado. Ahora no, ahora empiezo a ver un ser vivo.
– ¿Cuánto de Sísifo tiene el escritor? ¿Y el hombre?
– Escribir un libro no se diferencia mucho de cargar con una roca hasta la cumbre. Luchas como un loco, con un empeño que roza lo absurdo, por escribir una buena frase, vas superando con dificultad párrafo tras párrafo, estás cada vez más cerca del final de la montaña, y, sin embargo, cuando parece que estás a punto de conseguirlo, llega el momento de la decepción: eso que estabas escribiendo deja de gustarte y la roca cae montaña abajo. Y vuelta a empezar. Y así cada día. Se supone que uno va ganando experiencia cuanto más escribe, pero el otro día leía una entrevista a un escritor famoso que reconocía que para él escribir es siempre empezar de cero.
Además, uno escribe buscando la obra redonda. La Obra con mayúsculas. Una obra que no existe y que, gracias precisamente a esto, nos impulsa a seguir escribiendo pues nunca perdemos la esperanza de escribirla algún día. Ese día, como digo, no llegará nunca. Y mejor que sea así: porque si escribiésemos algo que nos satisficiera plenamente, algo rotundamente perfecto, inmediatamente dejaríamos de escribir. Esto vale no solo para el escritor sino para el hombre en general. Es de lo que habla el cuento de Sísifo desencantado. Es una reflexión sobre el deseo. No es Sísifo quien sostiene la roca: es la roca la que lo sostiene a él.
– Le devuelvo una pregunta: «¿Hay satisfacción comparable a la de un hombre honrado que cumple con su destino cuando ya nadie lo espera?»
– Te diría que me aplico la pregunta porque he publicado este libro, mi primero, a los casi 40 años, y más de uno (yo mismo en los momentos de duda) pensaba que me iba a tirar toda la vida escribiendo y tachando, escribiendo y tachando. Hoy siento una satisfacción muy grande al verlo en las librerías. Al verlo en una editorial como Pre-Textos. Una satisfacción casi tan grande como la que años atrás imaginaba que iba a sentir cuando me ponía a fantasear con este momento (la felicidad que uno dibuja en su cabeza, claro, es inalcanzable en la realidad). Y te soy sincero: no me arrepiento de haber esperado tantos años porque creo que eso me ha permitido salir con un libro del que más o menos, con todas sus virtudes y defectos, me podré sentir orgulloso dentro de unos años cuando eche la mirada atrás.
– ¿Cuál es el escritor que más admira y el que más detesta?
– Admiro a escritores y detesto estilos de escritura. Podría decirte que ese escritor más admirado es Marcel Proust y que lo que más detesto en la literatura es la ñoñez y la grandilocuencia. Alguno habrá que diga: pero ¿no representa Proust justamente esto? Para mí, no. Para mí Proust, como dijo Lawrence Durrell, es la anarquía con buenos modales. Con Proust el hombre empieza a fragmentarse, y no por otra razón Beckett lo leyó obsesivamente. Por cierto, tiene un estupendo ensayo sobre él.
– Pinchatripas, chupacharcos… ¿cuánto de elegancia tiene el insulto?
– Escuché una vez a Hipólito G. Navarro decir, en broma, que a él lo que le gustaba era escribir títulos, pero que los editores les obligaban a añadir un cuento a continuación. Me sirve la anécdota para decir que el cuento de X por X’ es casi una excusa para poder traer de vuelta algunos de esos insultos tan sonoros que atesora la lengua española. En ello influyó un buen compañero de trabajo, hoy amigo, que tenía un arsenal de artefactos verbales de esta clase (lo recuerdo acusando a uno de ser un pataliebre, a otro mascachapas…) y, por supuesto, el María Moliner. Si buscas la palabra «zascandil», fíjate que cantidad de joyas aparecen: ligero de cascos, chafandín, chiquilicuatre, cirigallo, danzante, danzarín, enredador, saltabancos, saltabardales, saltaparedes, sonlocado, tarambana, tararita, títere, tontiloco, trafalmejas. Creo que usé varios de estos insultos en el cuento. Casi es un honor ser insultado así.
¿Compensa, pues, marcharse a una isla desierta, a pesar de lo malo?
– Yo no me iría, desde luego, pero así dicho parece que hablamos de islas desiertas que se encuentran en recónditas latitudes, fuera de nosotros, y creo que el libro habla en realidad de las que podemos encontrar en nuestro interior. Me dijo un amigo, con buen criterio, que el libro estaba lleno de personajes obsesivos (además de cretinos, lo que me hizo bastante gracia). Y son estos personajes obsesivos los que terminan en una isla desierta. En la isla de sus pensamientos. Nada bueno puede tener estar incomunicados con el exterior, y quizá haya retratado varios de estos personajes, un poco llevados al extremo, precisamente para conjurar ese riesgo en mi vida, porque yo mismo tiendo a veces a practicar el escapismo interior. Dejó una cáscara ahí fuera, en la realidad, y me retiro a pensar mis pensamientos. Por suerte, hay cosas que tiran de ti e impiden que acabes en una isla. Que te devuelvan a la realidad. Una de ellas es un hijo. Un niño, como ha escrito Eloy Sánchez Rosillo en su último libro, es un maestro de la felicidad. Un niño te quita tiempo, pero a cambio te da vida.
(Esther Peñas. Revista Turia. 2021)

Javier Echalecu
Javier Echalecu (Madrid, 1981) es escritor, traductor y administrador civil del Estado. Actualmente trabaja en el Ministerio de Cultura, donde ha desempeñado diversos cargos, incluyendo el de subdirector general del Libro, la Lectura y las Letras Españolas. Del italiano ha cotraducido La vida fácil. Silabario de Alda Merini (Trama Editorial, 2017), De profundis de Salvatore Satta (La Umbría y la Solana, 2019), La tribu Einaudi de Ernesto Ferrero (Trama Editorial, 2020) y Raffasofia (La Cúpula, 2022).
De su primer libro, Lo malo de una isla desierta (Pre-Textos, 2021), se ha escrito: «relatos muy elocuentes, intrigantes y divertidos que nos transportan muy lejos en la imaginación» (L. Satorras, BABELIA); «una forma de hacer cuentos que toma lo mejor de ciertos maestros contemporáneos» (M. Candeira, REVISTA CULTURAL TURIA); «Como rocas, como gemas inatacables y brillantes, son los cuentos de Javier Echalecu.»; (E. Andrés Ruiz, NUEVA TRIBUNA); «Cuentos con los que pone al descubierto la fragilidad y no pocas angustias del hombre posmoderno». M Rivera, ALFA Y OMEGA). Su último libro, publicado hace una semana por la editorial Mrs.Danvers, es el libro de cuentos Sin noticias del mundo animal.
@EchalecuJavier
@javierechalecu
Javier Echalecu

Ina Olvera (México 1977, con nacionalidad española), es redactora publicitaria licenciada en Comunicación. Como poeta resultó seleccionada en el XXXV Certamen Poético Anual Voces Nuevas de la Editorial Torremozas en 2022 y finalista en el 1º Premio Internacional de Poesía Marta Agudo en 2023.
Ha colaborado en diversas publicaciones culturales. Entre sus diversas intervenciones artísticas urbanas destaca el proyecto Comillas, que fue incluido en el libro Invitación al tiempo explosivo. Manual de Juegos, (Editorial Sexto Piso) y fue expuesto en las Jornadas de Arte Anarquista (JACA).
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