Presentación de Eso no estaba en mi libro de Historia de la Psicología (Almuzara), del doctor en psicología José Tomás Boyano. En charla con Héctor Márquez.
31/01/2025 - 19:00 - Librería Proteo - Pta. de Buenaventura, 3 - Málaga
Entrada libre hasta completar el aforo.
Hacía falta que alguien recorriese la Historia de la Psicología desde la perspectiva de las anécdotas más desconocidas y bizarras de algun@s de sus protagonistas más célebres. Y eso es lo que ha hecho el Doctor en Psicología, colaborador honorario de la UMA y experto en orientación educativa y memoria autobiográfica y emocional José Tomás Boyano en el libro Eso no estaba en mi libro de Historia de la Psicología (Ed. Almuzara). En él rescata, con un riguroso y cautivador estilo narrativo, episodios como las silenciadas contribuciones de mujeres a las ciencias de la psicología, las aberrantes técnicas usadas por la CIA o los siniestros experimentos de Pavlov, la adicción a la cocaína de Freud, la invención del test de Rorschach o la historia de William Marston, quien con su esposa y su amante inventaron el detector de mentiras, el poliamor y el cómic de Wonder Woman. Presentamos este libro y sus fascinantes historias en El Tercer Piso de Librería Proteo de Málaga el viernes 31 de enero, a las 19 horas, en una conversación entre el autor y el director de El Tercer Piso, el periodista Héctor Márquez. Y es que, como demuestra Boyano en su libro “los psicólogos más famosos distan de ser personas normales y equilibradas; más bien estaban como una cabra”. Con el patrocinio de Fundación Unicaja. Entrada libre.
Eso no estaba en mi libro de Historia de Psicología
Este libro recoge episodios oscuros y curiosos de la Historia de la Psicología.
Lo más extraño es revelado: Freud fue adicto a la cocaína, los psicólogos americanos hicieron un psicoanálisis de Hitler a distancia (concluyeron que posiblemente era homosexual), los test de inteligencia sirvieron para discriminar a los más desfavorecidos en las dos Guerras Mundiales… Además, fueron usados con fines eugenésicos. El matrimonio pionero de las terapias de pareja, formado por Masters y Johnson, acabó en un sonado divorcio. Un psicólogo, Marston inventó el detector de mentiras, el poliamor y el cómic de Wonder Woman…
Este libro demuesta que los psicólogos más famosos distan de ser personas normales y equilibradas. Más bien estaban como una cabra. Casi ninguno se libró de padecer trastornos mentales como la depresión (William James, padre de la psicología americana) o la esquizofrenia paranoide (Reich). Maslow, el famoso creador de la pirámide de necesidades, tenía grandes carencias de autoestima.
Fiel al espíritu de esta colección de Almuzara, se recogen historias, anécdotas y episodios de esta ciencia, en algunos casos oscuros, como el que trata de los sistemas de evaluación empleados por la CIA para seleccionar a sus espías.
Y es que la psicología ha sido utilizada para los fines más nobles, pero también para los más perversos. Se relatan experimentos siniestros como el de los perros de Pávlov, que apenas sobrevivían unos pocos meses tras los experimentos. En el caso de Little Albert, bebé de 8 meses utilizado por el conductista Watson, el pobre niño salió del laboratorio con una fobia inducida a los animales, creada artificialmente por los psicólogos.
Igualmente, se recupera la contribución de las mujeres a la ciencia, aunque fueran ninguneadas, como les ocurrió a Christiana Morgan, verdadera creadora del famoso test TAT; Bertha Pappenheim, verdadera creadora de la técnica psicoanalítica; o Lucia Galleazzi, mujer de Galvani.
Repasamos igualmente teorías sobre enfermedades mentales anteriores a la psicología científica. Por ejemplo, la histeria: se creía que el útero se desplazaba libremente por el cuerpo de la mujer. Para tratarla había que recurrir a duchas frías y masajes de naturaleza sexual o vibradores.
La cocaína, una droga con glamour
La obsesión más persistente de Sigmund Freud había sido y seguía siendo descubrir algo nuevo, quería hacerse célebre a toda costa para cumplir las profecías. ¿O es que la vieja del almacén de pasteles era una impostora?
En 1884, Freud tuvo la segunda oportunidad de descubrir su Santo Grial. Ilusionado, confiado en sus cualidades, se veía a sí mismo como una especie de explorador, un conquistador a la búsqueda de su virreinato. En esta segunda ocasión, llegó a rozar las mieles del triunfo, lo tuvo en las manos y lo acarició. Para ello, se decidió a pedir una muestra de cocaína, e iba a quedar pronto maravillado con su potencial terapéutico. Confiado en esta línea de investigación, la enviaría a un amigo oftalmólogo para que comprobara sus propiedades como anestésico… Freud sabía que ahora no podía fallar, intuía que era su momento. ¿Conseguiría triunfar esta vez?
Fue en abril de 1884 cuando Freud estudió a fondo la coca, la hoja de una planta sudamericana que los indios masticaban para superar la fatiga. Los incas creían que Manco Cápac, el hijo del Sol, la había enviado para fortalecer a los hambrientos y desdichados. Freud creía a pies juntillas en este poder y quería probar el uso medicinal de la planta para casos de fatiga nerviosa. Negoció un envío de cocaína con una casa de productos farmacológicos, donde le dieron un precio exorbitante, lo que le causó un gran disgusto. En fin, ya lo pagaría de algún modo, merecía la pena correr el riesgo ahora que había encontrado su panacea, su Grial, una droga realmente milagrosa.
Recomendando la coca a diestro y siniestro
Cuando por fin recibió el paquete de coca, Freud probó una vigésima parte de un gramo y, de inmediato, se subió a la ola. Le inundó la alegría y se sintió impulsado por una gran vitalidad. Esta corriente de energía le confirió una sensación de poder. Le sorprendió que, bajo sus efectos, el estómago no necesita ni pide alimentos.
En este periodo de su vida, Sigmund estaba sometido a muchos vaivenes emocionales, con depresiones recurrentes. Se veía muy solo, agobiado por una gran responsabilidad, asumiendo cada vez más compromisos en el hospital. Tampoco había podido visitar a su novia Martha en todo el verano, la única persona en la que confiaba, en la que volcaba sus sentimientos. Al poco tiempo, por si fuera poco, Freud se hizo cargo de la sección de enfermos nerviosos, donde imperaba el caos. Las salas acumulaban polvo y las operaciones se hacían por la noche con faroles, pues no había instalación de gas. El hospital exigía reformas ineludibles y durante seis meses Freud trabajó invirtiendo toda su energía como director médico.
Aparte, tenemos el problema de Ernst von Fleischl. Este joven médico y amigo cercano de Freud sufría fuertes dolores y molestias crónicas. Durante una investigación médica, Ernst von Fleischl había sufrido un accidente desgraciado y, como consecuencia, tuvo una infección en el dedo pulgar, de modo que lo tuvieron que amputar. Para distraerse de los dolores, el bello y desafortunado Von Fleischl pasaba sus noches estudiando matemáticas y sánscrito. Con su cabellera rubia y maneras aristocráticas, Ernst parecía un san Sebastián, con aquel mismo gesto de sufrimiento. Encantador y agraciado, el joven constituía el objeto de deseo de las muchachas de la burguesía vienesa. El señor Ernst von Fleischl solía acudir al salón de la familia Wertheimstein, donde recibían la joven Franzi y Josephine, su madre. Ambas lo adoraban.
En esta situación, la morfina proporcionó consuelo a Von Fleischl durante un tiempo, hasta el punto de caer en una adicción peligrosa. Dejó de usarla, pero los dolores lo amenazaban de nuevo. Ante la evidencia de la adicción y frente al dolor acuciante, Freud le propuso a su amigo substituir la morfina por cocaína.
Freud, adicto a la coca
Freud ya se veía como el descubridor de una nueva medicina, una droga mágica y todopoderosa. Él mismo empezó a tomarla para superar la tristeza y los dolores de estómago. Convencido de su eficacia, le enviaba pequeñas cantidades a Martha. Como vemos, Freud se hallaba totalmente confiado y no tomaba ningún tipo de precauciones. Es más, disfrutaba compartiendo sus hallazgos con todo el mundo.
Un día, en el patio del hospital, Sigmund estaba departiendo con varios colegas médicos cuando por allí pasó un conocido, con señales evidentes de padecer dolores. El conocido los saludó y les explicó sus penalidades. Freud se ofreció a aliviarle, le invitó a pasar a una estancia y aplicó unas gotas de la milagrosa solución de cocaína, en presencia de los colegas. Inmediatamente, el hombre se vio aliviado. Todos los médicos presentes quedaron boquiabiertos. El flamante director médico, el señor Freud, se explayó sobre la substancia, sus propiedades curativas y anestésicas, visiblemente orgulloso, un tanto excesivo en su entusiasmo. Indudablemente, la sustancia favorecía la euforia. Entre el selecto público, uno de los médicos de la sección de oftalmología asistía en silencio a esta improvisada sesión clínica de Freud. El silencioso se llamaba Koller.
No contento con esta demostración, el apasionado Freud quiso hacer un nuevo experimento, que pretendía probar si el aumento de la fuerza era subjetivo o real. Junto a su colega Koller, Freud tomó una dosis del polvillo blanco. Al probarla por primera vez, el oftalmólogo Koller sintió el típico embotamiento de la nariz y los labios. Freud sonrió con la suficiencia del experto, ante la extrañeza del primerizo. Koller abría mucho los ojos y arrugaba la nariz, pero no decía nada.
Todo estaba preparado para la publicación definitiva, para el triunfo final del dorado Sigmund. El artículo que preparó el joven Freud no era un artículo médico, era una oda a la cocaína. Según él, se trataba de una substancia mágica, alquímica, cuya presencia curaba la neurastenia y los padecimientos estomacales. También podía servir para liberar de la adicción a la morfina, lo cual había podido comprobar él mismo recientemente, en el caso de un cercano amigo y paciente que, en el artículo, quedaba protegido por el anonimato. La cocaína, aseguró Freud, presentaba una gran ventaja sobre otras sustancias, se trataba de un fármaco inofensivo y no generaba ningún tipo de dependencia. Llegados a este punto, algún lector podría sospechar que este artículo, tan entusiasta y brillante, fue escrito por Freud bajo el influjo del propio objeto de investigación, y no seré yo quien disipe tales sospechas.
Por fin pasó aquel verano, tan cargado de trabajo, y llegó septiembre, el periodo de vacaciones favorito de Sigmund Freud. Confiado en que todo el asunto estaba bien atado, Freud se concedió un respiro. Corrió a encontrarse con su novia Martha, a la que no veía desde hacía mucho tiempo. Mientras tanto, su amigo Koller, el oftalmólogo, no se había tomado vacaciones, proseguía su investigación sobre la utilidad de la cocaína como anestésico. Koller estaba interesado en cómo se podían anestesiar las partes más sensibles del ojo durante las operaciones.
La coca como anestesia: solo para tus ojos
Al regresar de sus vacaciones, Freud descubrió con sorpresa que toda la comunidad médica de Viena se hacía lenguas del descubrimiento de un anestésico nuevo. Un joven oftalmólogo había presentado sus experimentos en un artículo muy novedoso. En efecto, el nuevo fármaco podría ser muy útil en pequeñas operaciones. Koller, el autor del artículo, había demostrado la eficacia de la cocaína como anestésico local. En los experimentos, Koller se había servido de conejos y otros animales. Por supuesto, agradecía al doctor Freud su interesante aportación para hacer posible inicio de la nueva técnica quirúrgica y esto y lo otro… Freud se enfureció ante la evidencia, Koller se le había adelantado.
De nuevo le habían arrebatado el triunfo, cuando lo tocaba de cerca, y todo por tomarse un respiro, una visita a la dulce Martha. No obstante, Freud nos confiesa en su diario: «No puedo guardar rencor a mi novia por haber interrumpido mi trabajo». La afirmación resulta reveladora. Si consideraba que no podía culpar a su novia es porque, previamente, se había planteado la posibilidad de culparla. En su interior, Freud sabía que se había dejado llevar por la pereza y había perdido otra oportunidad. Sin embargo, en cuanto a la confianza en sí mismo, acumulada desde su infancia, Sigmund siguió disponiendo de un almacén ilimitado, lleno de dulces ofrendas. Habría otras ocasiones, la vieja profecía le auguraba un horizonte dorado puesto que, no en vano, había nacido tocado por la corona de un rey.
Por aquel tiempo, Freud fue nombrado profesor de neuropatología. Sin saberlo aún, se iba acercado a su destino. En 1885, solicitó una beca para una estancia de seis meses en París con el médico y neuropatólogo Charcot, l´empereur de la France . En la época, trabajar bajo la batuta del gran emperador Charcot suponía un enorme prestigio. De esta forma, regresaría a Viena con la aureola de gran especialista. Esto le permitiría, por fin, abrir una consulta, su propia consulta, y contraer matrimonio con su querida Martha.
(José Tomás Boyano. De Eso no estaba en mi libro de Historia de la Psicología)
El psicólogo que creó a Wonder Woman (La Opinión de Málaga)
José T. Boyano
José T. Boyano, doctor en Psicología, ha sido durante los últimos años profesor en la Universidad de Málaga, actualmente colaborador honorario de Psicología Básica. Es experto en memoria autobiográfica y memoria emocional.
Paralelamente, desde 1992 trabaja como orientador educativo. Ha dirigido la revista digital AOSMA, dedicada a la Orientación Educativa, formando parte de la Junta Directiva de la Asociación de Orientación de Málaga.
Ha publicado numerosos artículos en revistas científicas sobre emoción y memoria. Fue seleccionado por The American Journal of Psychology para colaborar en su número especial histórico, con motivo del aniversario de la revista, publicando el artículo: Margaret F. Washburn: A Cognitive Precursor? Entre sus libros científicos, destaca La Memoria Autobiográfica. Los recuerdos bajo la perspectiva de la emoción.
En el campo de la divulgación científica, J.T. Boyano ha escrito sobre las relaciones entre el sueño, el arte y la neurociencia en The Conversation, así como artículos en el diario Sur y webs científicas. Y el libro Eso no estaba en mi libro de Historia de la Psicología, publicado en Almuzara.
Como narrador, ha publicado las novelas Leonardo en Málaga: el secreto de las tres Giocondas (Ediciones del Genal) sobre un posible viaje de Leonardo da Vinci, cruzando el Mediterráneo hasta Málaga, y Un día para vivir: una novela de podcast, sobre la experiencia de Picasso en un pueblo de los Pirineos, Gósol, que fue decisivo para el surgimiento del cubismo.
@josetboyano
@jose_boyano
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