Presentación de Sueños en la niebla (Ediciones del Genal), novela de Juan Cañavate Toribio. Presentan Miguel Moreta-Lara y Héctor Márquez en charla con el autor.
23/04/2025 - 19:00 - Librería Proteo - Pta. de Buenaventura, 3 - Málaga
Entrada libre hasta completar el aforo.
El mismo día que celebramos el Día del Libro -y su interesante 10% de descuento en el precio de venta de los libros- vamos a acoger la presentación de la segunda novela del historiador y arqueólogo Juan Cañavate Toribio: Sueños en la niebla (Ediciones del Genal). Un libro que rinde tributo a la memoria familiar del autor y a la de toda una generación que luchó por un sueño de igualdad, libertad y tolerancia en España y que vieron frustradas sus aspiraciones por la Guerra Civil. Fue “gente que quiso cambiar la historia y que acabó por hacer del silencio y del olvido su refugio y su reposo”, afirma el autor, historiador del arte, arqueólogo y habitual colaborador en la prensa andaluza que hoy disfruta de su jubilación en Málaga. El miércoles 23 de abril, a las 19 horas en El Tercer Piso de Librería Proteo de Málaga presentarán Sueños en la niebla en conversación con el autor, el escritor y filólogo Miguel Moreta-Lara y Héctor Márquez, director de El Tercer Piso de Proteo. Entrada libre.

SUEÑOS EN LA NIEBLA (Sinopsis):
La Guerra Civil no fue solo un trágico capítulo de una historia triste, también fue la destrucción de una generación que soñó con hacer de España un lugar hermoso. Sueños en la niebla habla de esa generación.
Gente que olvidó dejar piedrecitas blancas para volver a casa cuando se internó en el bosque oscuro de una historia terrible, gente sin grandes apellidos, casi anónima, y que ya pocos recuerdan.
Gente que quiso cambiar la historia y que acabó por hacer del silencio y del olvido su refugio y su reposo.
En esta novela están sus sueños y están ellos, para que no olvidemos que Juana, Manuel, Isidro, Pedro…sus protagonistas, y muchos otros de los que apenas recordamos sus nombres, simplemente, soñaron con un mundo distinto, hasta que la niebla espesa de la guerra les negó el derecho a vivir y los borró de la memoria.
Sueños en la niebla es la historia de todos ellos y de nosotros mismos…y no termina bien.

Cosas de mujeres
Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis…
(Sor Juana Inés de la Cruz)
— Si, al menos, no hubiesen votado las mujeres -oyó Juana, desde la cocina, la voz ronca del compañero Antonio que bebía un vaso de vino en el comedor con Manuel y Cipriano, también miembro de la Ejecutiva. Tipógrafo, el uno, y antiguo minero, el otro y que, junto a su marido, formaban el núcleo duro del partido en la ciudad. Enjuto y enfermizo, el uno, y cetrino y montaraz, el otro, parecían siempre recién salidos de un entierro, y alegrar la casa, no la alegraban.
El día era frío y, desde la noche anterior, el levante había traído una humedad que había dejado el suelo mojado en la mañana. Juana odiaba esos días en que el pan se volvía de goma y en los que no había manera de que la ropa se secase en el tendedero del patio. En esos días grises echaba de menos el clima de El Barco; mucho frío, sí, pero siempre seco, “hasta cuando llovía”, pensó, mientras se reía de su propia ocurrencia, que algo de razón tenía, porque en invierno lo más fácil allí era que la lluvia se convirtiera en nieve. Y entonces soñaba con las estufas encendidas de la casa paterna y con el fuego del hogar en la cocina, donde se iban juntando todos mientras la nieve caía fuera. Poco trabajo se hacía en aquellos días de frío y un ambiente de alegría, como de fiesta, se instalaba en la casa.
Por eso no le gustaban los días húmedos de Cartagena en los que el frío se metía en los huesos y no había manera de calentar ni la casa ni a ellos mismos, y dudaba muchas veces si abrir o cerrar las puertas y ventanas. -Hace frío hasta en la calle -solía decir Manuel con cierta sorna cuando se instalaba aquel tiempo de levante y la casa se volvía húmeda y el frío se metía hasta debajo de las mantas.
Sería por el levante, que llevaba ya una semana, por lo que no estaba de humor para demasiadas tonterías.
— Si al menos no hubiesen votado las mujeres, ¿qué?, preguntó Juana al entrar en la habitación, llevando una bandeja de croquetas en la mano para los tres hombres y pensando en devolverlas a la cocina, según fuese la respuesta.
— Pues está claro, compañera, que hubiésemos ganado las elecciones y no estaría gobernando la derecha -respondió Antonio, mientras reconocía el punto justo de la masa de la croqueta y de la bechamel de Juana.
— Pues no sé muy bien como lo ves tan claro, “com-pa-ñe-ro”, -respondió Juana, pronunciando cada una de las sílabas de la palabra tan querida en el Partido -a no ser que resulte ahora que el voto no es secreto y os hayáis enterado de lo que ha votado todo el mundo, ¿es que abristeis todas las papeletas de las mujeres para ver qué votaban? -preguntó con más que ironía en la voz.
Manuel que se sorprendió un tanto de la intempestiva entrada en escena de Juana, intentó frenar el asunto, pero a Antonio el tema le podía, porque había participado, siempre en contra, en los debates sobre el voto de las mujeres, hasta el extremo de que cuando, finalmente, salió adelante en el Congreso, organizó una asamblea para exigir la dimisión inmediata de todos los compañeros que habían votado a favor de la ley. Para Antonio, y para muchos militantes, el resultado de aquella votación había sido una traición, Prieto fue más allá y lo calificó de puñalada. Una puñalada asestada por diputados socialistas díscolos, que trajeron el voto femenino a España, en contra de la opinión de las diputadas de su propio partido.
Cuando después, la izquierda perdió las elecciones, un sector importante del PSOE encontró una excusa fácil para explicar su derrota; el voto femenino, y un culpable, mejor dicho, culpables: las mujeres que habían dado su voto a la derecha guiadas por sus párrocos y confesores, el argumento que, en el Congreso, había esgrimido Victoria Kent para oponerse, pasando a la historia como la principal defensora de la debilidad mental de las mujeres para el ejercicio de la vida pública.
Bueno, no de todas las mujeres, el selecto grupo que pasaba las tardes en los cafés de Madrid, las que habían sentado sus preciados traseros en la Residencia de Señoritas de la Institución, las que eran socias del Lyceum Club Femenino, las que habían meado en alfombra, las que formaban ese grupo al que ella pertenecía, esas sí podían participar en la vida pública, que hasta ahí podíamos llegar.
A Juana, que desde su casa y no desde los veladores de los cafés de la Gran Vía, también había seguido con interés el debate, ese asunto le quemaba y como ya lo había oído unas cuantas veces en boca de los “compañeros” de Manuel, y en su casa, andaba un poco con la escopeta cargada de argumentos que le parecían bastante razonables y que estaba dispuesta a disparar contra el primero que le tocase las narices, aunque, claro, sus argumentos no coincidiesen con los oficiales del Partido que prefería hacer responsable de su derrota a la incapacidad innata de la mujer para pensar por sí misma. Para el Partido, los errores cometidos en el Gobierno del bienio progresista no existían y soltarle el muerto a otros se convirtió en una práctica del PSOE en la que sus dirigentes se hicieron auténticos expertos y que formaría ya, para siempre, parte de su identidad y tradición. No dimitir después de un fracaso se empezó a convertir en una práctica habitual en el PSOE.
— Igual si os hubieseis dedicado a gobernar, en lugar de dedicaros a navajearos entre vosotros, prietistas, caballeristas o lo que sea, las elecciones no se hubiesen perdido, ¿cómo queréis que confíen en vosotros si entre vosotros os estáis matando?
— Los números cantan, Juana, respondió Antonio muy seguro, sin ellas, ganamos en el 31 y con ellas, hemos perdido en el 33. Las mujeres siguen en manos de los curas.
— Igual son los únicos hombres que les hacen caso y las escuchan, ¿desde cuándo no hablas con tu mujer, Antonio? Si hablan con el cura y le hacen caso, será porque les presta atención. Además, en el 31 los españoles no sabían lo torpes que eráis gobernando -respondió ágil Juana -ahora parece que sí lo saben.
(De Sueños en la Niebla. Fragmento. Juan Cañavate Toribio)

Juan Cañavate Toribio: una autobiografía
Aunque nací en Ceuta, pasé mi infancia dando tumbos entre el Mediterráneo y el Atlántico, hasta que, a los once años, se detuvo la fiebre viajera de mis padres que decidieron que Melilla era un lugar óptimo para quedarse. Algo después, con diecisiete, también abandoné, ya solo, esa ciudad llena de luz y mar, para ir a estudiar a Granada, donde viví mis intensos años de Universidad y de donde también hui en muchas ocasiones, aunque siempre para volver.
Terminé la licenciatura en Historia y me especialicé en Historia del Arte y, con ese título en el bolsillo y nada más, me fui a dar clases a un instituto en Al Hoceima, Marruecos.
Un par de años después, volví a Granada y al arte, y trabajé como responsable de las salas de exposiciones de la UGR en la Madraza y en el Hospital Real. En aquellos años comencé también a escribir en todo lo que se ponía a tiro; revistas, catálogos y en los periódicos granadinos que iban naciendo y muriendo; el Diario de Granada, el Día de Granada y finalmente, hasta la actualidad, en el Granada Hoy, donde semanalmente he escrito una columna, mitad ácida, mitad sugerente.
Volví a huir de Granada, allá por los ochenta, y salté, por primera, vez a Sevilla, donde seguí haciendo, más menos lo mismo, pero en el Gabinete de la Consejería de Cultura. Unos años más tarde, el director del Pabellón de Andalucía en la EXPO´92 y su director de contenidos, me ofrecieron ser el responsable de las exposiciones de arte que el Pabellón debía montar, tanto en la capital como fuera de ella. El trabajo de aquellos años fue tan intenso que, tras aquel “evento”, el cansancio físico y síquico, me recomendó cambiar de aires y de oficio, por lo que, decidí dejar de mirar al cielo, y dedicarme a mirar el suelo y lo que había debajo. Así que me volví a Granada, hice mi tesis doctoral en arqueología medieval y conseguí una plaza de arqueólogo en la Consejería de Cultura.
Desde aquel momento, y ya como arqueólogo, he dado también algunos tumbos por Almería, Sevilla de nuevo y, finalmente, de vuelta a Granada, donde he sido inspector de las actividades arqueológicas de la provincia hasta el año 2021, incluidos más de diez años en la Alhambra y donde, además, he sido también profesor del Máster de Arqueología en la UGR, vinculando la actividad laboral a la académica. También en ese período, he seguido investigando y publicando sobre asuntos de mi especialidad a los que aún dedico tiempo trabajando, en los últimos años, sobre el fenómeno del morabitismo sufí en la edad media. “Granada, de la Madina nazarí a la ciudad cristiana”, “Arquitectura y arqueología medieval”, “El albaicín castellano, un nuevo modelo de ocupación del territorio urbano”, “La investigación aplicada de la arqueología en el horizonte de las TICs”, “Rábitas y Zawiyas. Topografía sagrada de la Granada medieval”, son algunos títulos de mis trabajos.
Hace un par de años, publiqué mi primera novela, “El jardín de las ánimas” situada en el desastre de Annual y el inicio de la guerra de África, que algunos consideran el primer capítulo de la Guerra Civil en España.

Miguel A. Moreta-Lara es escritor, filólogo y catedrático de instituto de lengua y literatura jubilado. Nacido en Marruecos, vivió en el Sáhara hasta terminar el bachillerato. Se licenció por la universidad de Valladolid en Filosofía y Letras, especialidad de Filología Románica (1976). Entre los años 1993 y 2009 residió fuera de España, durante los cuales ejerció como profesor en universidades de Marruecos (Mohamed I, Uxda y Mohamed V, Rabat) y Hungría (Eötvös Lórand, Budapest), así como de asesor, agregado y consejero de educación en las embajadas de España en Rabat, Budapest, México DF (hoy, Ciudad de México) y Bogotá. Fundador y director de la revista Transatlántica de educación (México, 2004-2008) y miembro del consejo de redacción de Aljamía y Cuadernos de Rabat (Rabat, 1993-1999). Ha coordinado proyectos conjuntos de instituciones educativas de España con Marruecos y con diversos países europeos e iberoamericanos. Es autor de ensayos, colaboraciones y artículos aparecidos en publicaciones de España, Marruecos, Hungría y México. Como investigador de la cultura popular, escribió y publicó una serie de tres libros al alimón con el profesor Francisco Álvarez Curiel: Supersticiones populares andaluzas (1992), Recetario de dulcería andaluza (1994) y Los andaluces en el refranero (1995). De tema marroquí son asimismo tres libros publicados: Repertorio de Hispanistas Magrebíes (con Mohammed Salhi, 1998), La puerta de los vientos. Narradores marroquíes contemporáneos (con Marta Cerezales Laforet y Lorenzo Silva, 2004) y La imagen del moro y otros ensayos marruecos (2005 y 2018). Otras obras: Más amor y más sufrir. Cancionero de cuplés (2000), Contar las cuarenta (2019), Dietario salvaje (2021). En su etapa mexicana (desde el 2003 y hasta diciembre de 2008), cuando residió en México DF (hoy, Ciudad de México), donde se desempeñó como consejero de educación de la Embajada de España, mantuvo una estrecha relación con la colonia de descendientes de los exiliados republicanos y con diversas instituciones relacionadas con ellos, especialmente con el Colegio de México, el Colegio Madrid y el Ateneo Español de México. Participó en múltiples actividades con autores y personalidades del exilio.