Conversación entre el escritor Justo Navarro y Héctor Márquez, director de ETP, sobre la relación del autor con la lectura y la escritura. Con varios libros de Navarro como La carta robada o Bologna Boogie (Anagrama) de fondo.
Ciclo Cómo empecé a leer
Sábado 25 de febrero de 2023. 12:00. El Tercer Piso de Librería Proteo.
Entrada libre hasta completar el aforo.
Vamos a recibir en El Tercer Piso de Librería Proteo a uno de nuestros escritores más admirados: Justo Navarro. Con él vamos a conversar de cómo empezó a leer, continuó escribiendo, siguió leyendo, escribiendo y traduciendo hasta acabar convirtiéndose en uno de los mejores escritores, traductores y críticos literarios contemporáneos. No venimos a presentar en concreto ningún libro suyo, aunque les vamos a hablar y mostrar varios. Entre ellos, el último, publicado hace unos meses y escrito a medias con José María Pérez Zúñiga: La carta robada. El caso del posfranquismo democrático. O las tres novelas negras granadinas con el comisario Polo de protagonista: Gran Granada, Petit Paris y Bolonia Boogie. Si no han leído alguno, les aconsejamos que salgan con ellos bajo el brazo. Hoy venimos a hablar de leer, de escribir, del amor a los libros y a la lectura. No se pierdan esta charla entre Justo Navarro y Héctor Márquez, periodista y director del proyecto El Tercer Piso para Librería Proteo.
El primer personaje admirado al que le hice una buena entrevista fue Justo Navarro. Año 1990, febrero, Diario 16. Una doble página. “En el arte no hay progreso” era el titular. Se publicó simultáneamente en todos los periódicos del grupo 16 que no eran pocos entonces. Justo había escrito dos libros de poemas que me habían atravesado, Los nadadores y Un aviador prevé su muerte, y un par de novelas, El doble del doble y Hermana muerte. Había algo en sus atmósferas que hacía moverse a sus personajes como en las películas de David Lynch. Y sus temas y escenarios tenían ese similar estado. O yo al menos lo percibía así. Lynch ha sido desde la primera vez que vi algo suyo el artista que mejor ha sabido captar ese estado entre vigilia y sueño, capaz de atravesar el tiempo donde descansa la realidad última de lo que somos. Y, para mí Justo había estado en esa Zona, podía entrar y salir cuando escribía de la habitación roja.
Entonces -yo no era periodista, sino un advenedizo que aún no sabe bien por qué acabó escribiendo en los periódicos-, entonces, decía, no me importaba tanto que al director del periódico le gustase mi trabajo, sino que Justo me considerase digno tras leer la entrevista. Lo que en el fondo yo quería es que los escritores me consideraran porque entonces yo pensaba que un periódico era un lugar donde se permitía escribir mal. Era un ignorante. Ahora lo sigo siendo, pero intento que no se me note cada vez que abro la boca. Justo no fue el primer escritor del que me hice amigo porque yo crecí con grandes amigos que acabaron siendo escritores. Pero tal vez por los diez años de edad que nos separaban o por el hecho de que era entonces el único del condado que publicaba en editoriales con alcance nacional y, sobre todo, porque su estilo literario y mirada de la realidad me resultaban tan únicos y modernos a la vez, para mí Justo estaba en otra dimensión. Desprendía para mí ese ese halo de chico de la moto en el Rumble Fish de Coppola que hacía que el personaje de Matt Dillon quisiera ganarse su aprobación. Yo quería que Justo Navarro, que entonces todavía daba clases en un Instituto, me pusiera un sobresaliente.
He dicho lo del chico de la moto y, en perspectiva, me entra la risa. Menos mal que Justo no se parece nada al pobre Mickey Rourke que tan mal ha envejecido o lo que quiera que sea eso que le ha pasado en la cara. Justo sabía pasar de la profundidad a la guasa irónica en un chasquido, podía parecer el jefe de estudios o el que le ponía la chincheta al profesor en la misma frase sin apenas inmutarse. Con los años, al menos a mí me pasa, me cuesta cada vez más trabajo admirarme por las habilidades artísticas, intelectuales y físicas de las personas. Con lo que escriben, pintan, cantan o son capaces de saltar a lo largo o lo alto. Sin embargo, me conmueven cada día más las cualidades humanas y compasivas de las personas. Yo tengo a Justo por una de las personas más generosas, sabias, amables y compasivas que he conocido. Es, además, un referente ético y un fabuloso prescriptor. Si Justo te recomienda algo, escúchalo, por favor, sigue su consejo. Sabe de lo que habla porque sólo habla cuando sabe. Y sabe, además, algo que yo admiro sobremanera porque me cuesta muchísimo: callar, escuchar, guardar la compostura, mantener la dignidad sin aspavientos y tener una línea clarísima sobre el tipo de personas con las que uno no se debe juntar y cuáles son las líneas rojas del respeto a la dignidad humana en un mundo que hace lo imposible por castigar a los inocentes y premiar a los desalmados y canallas. Tal vez por eso su género favorito es la novela negra, donde a veces los canallas pagan su merecido. No lo sé, habrá que preguntarle a él esta noche. Domina, además, un arte nada menor: beber cerveza sin volverse jamás agresivo o molesto con los que le rodean.
Queda claro a estas alturas que no soy muy objetivo con Justo Navarro. Pero el caso es que creo que sí lo soy. Hoy no venimos a presentar en concreto ningún libro suyo, aunque les podríamos presentar todos. Aquí tienen varios. Entre ellos, el último, publicado hace unos meses y escrito a medias con Juan Pérez de Zúñiga: La carta robada. El caso del posfranquismo democrático. O las tres novelas negras granadinas con el comisario Polo de protagonista: Gran Granada, Petit Paris y Bolonia Booggie. Si no han leído alguno, yo les aconsejo que salgan esta noche con él bajo el brazo. Creo que sería un consejo que les daría el propio Justo. Esta noche venimos a hablar de leer, de escribir, del amor a los libros y a la lectura. De cómo un niño que nació en Granada cuando aún había tranvías empezó un buen día a leer y acabó convirtiéndose en uno de los mejores escritores y seres humanos que he tenido el privilegio de conocer. Y eso, señoras y señores, debería ser lo primero que yo tendría que poner en mi currículum. Soy amigo de Justo Navarro. Y él me ha correspondido a lo largo de los años con creces. Eso me hace sentir que aquella entrevista en la que le conocí valió realmente la pena.
Héctor Márquez
LA CARTA ROBADA (El caso del posfranquismo democrático). De Justo Navarro y José María Pérez Zúñiga (Ed. Anagrama)
En momentos electorales donde la extrema derecha despliega banderas sospechosas y canciones agresivas urge recordar de qué polvos vienen estos lodos. La carta robada, de Justo Navarro y José María Pérez Zúñiga, se pregunta por qué en España el proceso constituyente de 1978 no condena el régimen franquista y se habla de una Transición que convierte un “Estado autocrático, centralista y confesional en un Estado democrático”. Este cuaderno se convierte en un viaje por el cuerpo legislativo para aprender o hacer memoria. “La legitimidad y las instituciones franquistas quedaron intactas una vez desaparecido el caudillo”, dicen los autores, y ponen ejemplos: la Ley de Sucesión de 1947, la proclamación de Juan Carlos de Borbón como sucesor de Francisco Franco…
Justo Navarro y José María Pérez Zúñiga nos desvelan el caso del postfranquismo democrático como si fuera “uno de esos secretos de familia que se consideran impronunciables, una historia secreta que no se puede enseñar en las escuelas”. Un texto pequeño pero esclarecedor dentro de los estupendos cuadernos a los que Anagrama nos está malacostumbrando.
Carolina Hernáiz Prado, La Vorágine (Santander)
BOLOGNA BOOGIE. De Justo Navarro. (Ed. Anagrama)
Una nueva aventura del comisario Polo: el género policiaco entendido como alta literatura.
Bolonia, verano de 1947. El comisario Polo se acaba de bajar del tren, procedente de la lejana Granada. Su misión: investigar la desaparición de un compatriota, Guillermo Sola Bosch, profesor de Derecho que se alojaba en el Colegio de España. Un católico aficionado al jazz que, según algunos, tal vez simplemente se haya marchado a un retiro espiritual, y, según la policía, es un asesino.
Comienza así una búsqueda detectivesca en la que irán apareciendo más cadáveres –el de un individuo apodado el polaco, el de una anciana viuda…–, espías de ambos bandos en la incipiente Guerra Fría, delatores, monárquicos y neofascistas, conspiraciones, conexiones vaticanas y de fondo el boogie woogie, el ritmo de moda que, como tantas cosas que fascinan en la Italia en reconstrucción de la posguerra, ha llegado desde Estados Unidos con las tropas de ocupación.
Nadie dice toda la verdad. El investigador se mueve en una realidad en la que funcionarios fieles y ejemplares aplican el principio de que, en determinadas situaciones, el crimen es un acto de servicio al Estado. O, como dice Polo, «el Estado consiente a sus servidores actos que jamás permitiría si no los considerara necesarios para la conservación del Estado».
Bologna Boogie es la última entrega de las aventuras del comisario Polo, protagonista de Gran Granada y Petit Paris. Con este personaje Justo Navarro propone una personalísima y fascinante aproximación al género negro y las novelas de espionaje. Como sus antecesoras, es una narración escrita en brumoso blanco y negro, homenajeando al cine noir clásico. Bologna Boogie es además una buena muestra de la precisa y seductora prosa del autor, que lleva el género policial hacia la más exigente y excelsa literatura.
De las novelas de la serie del comisario Polo, la crítica ha dicho:
A imagen de John Banville/Benjamin Black, los códigos de la novela negra y de espías le sirven de marco para un descreído análisis del alma humana en el que el lenguaje, preciso y evocador, está sobre todo al servicio de una brillantísima caracterización de personajes (Antonio Lozano, Librújula).
Noir rebosante de atractivos (Adrián Sanmartín, El Imparcial).
Absoluta plenitud narrativa. (…) Se consigue una extraordinaria recreación de la realidad como pura apariencia engañosa y de la vida como un misterioso e intimidante desorden (Santos Sanz Villanueva, El Cultural).
Justo Navarro
Justo Navarro (Granada, 1953), licenciado en Literatura Románica por la Universidad de Granada, es escritor, crítico literario, cronista y traductor. Como autor, ha publicado los libros de poemas Los nadadores, Un aviador prevé su muerte y Mi vida social; las novelas El doble del doble, Accidentes íntimos, Hermana muerte, La casa del padre, El alma del controlador aéreo, F., Finalmusik, El espía y la trilogía negra que tiene al comisario Polo como protagonista: Gran Granada, Petit Paris y Bologna Boogie, además de los ensayos El videojugador y, en colaboración con José María Pérez Zúñiga, La carta robada. El caso del posfranquismo democrático. En su trayectoria ha ganado premios como el de la Crítica de Poesía castellana, el Herralde de Novela, el Ciudad de Barcelona o el Andalucía de la Crítica en dos ocasiones. Colabora en el diario El País desde hace años. Entre los autores que ha traducido se encuentran Paul Auster, Jorge Luis Borges, T. S. Eliot, Scott Fitzgerald, Michael Ondatjee, Ben Rice, Virginia Woolf, Pere Gimferrer y Joan Perucho. Desde 2003, es miembro de la Academia de Buenas Letras de Granada. Es uno de los mejores escritores contemporáneos. Vive en Nerja.