07/02/2025 - 19:00 - Librería Proteo

Presentación de Mi Bárbara (Contraluz) de Laura Andreu Noguera, una novela homenaje a quienes no quisieron la Guerra Civil. En charla con Héctor Márquez.

07/02/2025 - 19:00 - Librería Proteo - Pta. de Buenaventura, 3 - Málaga
Entrada libre hasta completar el aforo.

Probablemente no conozcan todavía a Laura Andreu Noguera. Deberían hacerlo. Esta preparadísima y brillante joven alicantina, antropóloga, especializada en Memoria Histórica y violaciones de Derechos Humanos, estudiante también de Medicina, ha escrito una tremenda novela –por calidad y extensión– sobre la Guerra Civil: Mi Bárbara (Contraluz Eds. Grupo Anaya). Hablamos de una historia de amor y sufrimiento, con enorme pulso poético, que trasciende lo histórico y habla sobre la mirada de las mujeres como narradoras humanísimas de las guerras, testigos, cuidadoras y víctimas eternas de la barbarie. Mi Bárbara cuenta la historia de la guerra en el Sur, entre Granada y Almería, conectadas por la huía de los que venían por la carretera de Málaga bajo las bombas. Es el conflicto retratado por una médica, amiga de Federico García Lorca, familia de magnates azucareros, que reparó más en sus consecuencias que en sus motivos, que vio más mutilados, hambrientos y enfermos que armas. Una novela que homenajea a quienes no quisieron la Guerra Civil y aun así la sufrieron y dieron todo para curar sus heridas. Tiene tanta solidez y capas, que sorprende que sea una primera novela. La presentamos con su autora en próximo 7 de febrero en El Tercer Piso de Librería Proteo, a las 19 horas en conversación con Héctor Márquez. Con el patrocinio de Fundación Unicaja. Entrada libre.

SINOPSIS

Mi Bárbara es el debut literario de Laura Andreu Noguera. Esta novela histórica sumerge al lector en la Granada de los años previos y posteriores a la Guerra Civil Española, a través de la mirada de personajes que, lejos de desear el conflicto, se vieron inmersos en sus devastadoras consecuencias.

Ambientada en una época marcada por el auge azucarero y el caciquismo en Andalucía, la novela introduce a Bárbara, una médica adelantada a su tiempo, cuya vida da un vuelco al trasladarse a Granada tras crecer en un orfanato francés. La historia, que se desenvuelve entre la luz y la sombra de los eventos que condujeron a la guerra, también rinde homenaje a la figura de Federico García Lorca, amigo de la protagonista y representación de las voces poéticas que se apagaron con el conflicto.

Mi Bárbara no solo es un viaje por la geografía y la historia granadinas, sino también una exploración profunda de las causas y la complejidad del conflicto, haciendo un homenaje a todas las víctimas, más allá de las divisiones ideológicas. Está publicada por Contraluz, sello editorial generalista perteneciente a Grupo Anaya, dedicado a la literatura y la no ficción para el gran público.

Laura Andreu Noguera

MI BÁRBARA: CLAVES DE UNA NOVELA SINGULAR

1. Como punto de partida: Isabel Allende y la literatura para mujeres.

A los dieciséis o diecisiete años, cuando acababa de leer La casa de los espíritus, escuché clasificar la novela de Allende con el calificativo medio despectivo, medio restrictivo de “literatura para mujeres”. Qué cantidad de libros maravillosos se han privado de leer los hombres que no se atrevieron a sortear esa absurda valla.

Isabel Allende cuenta en la novela la historia de su país, y leerla me incitó a mí a tratar de hacer lo mismo. La historia de Bárbara, su familia y la guerra civil de España está contada en primera persona femenina: es la voz de una mujer que cuenta la guerra de todas y todos. Una visión atravesada por el género, como también lo es la de los hombres que narran el drama humano, desde la especificidad de las coordenadas vitales de la protagonista.

Esta es una reivindicación de la aptitud de las mujeres como narradoras de lo neutro.

2. Un libro lleno de libros. Un largo prólogo para una corta historia.

Este es un relato de la guerra (la de 1936 y cualquier otra) desde los libros: desde La Biblia, Tomás Moro, Karl Marx, Ángel Ganivet, Vicente Blasco Ibáñez, Pío Baroja, Fernando de los Ríos y otros aún más dispares hasta los poetas que se asomaron al problema de España desde el parapeto de las ruinas de la posguerra. Y la lista tiene su comienzo en la Alicia de Lewis Carroll que va adentrándose poco a poco en un mundo turbio y disonante que no comprende. Es necesario leer no un libro sino muchos y escuchar muchas voces para comprender.

Mi Bárbara es explicar la guerra desamarrándola de sus antecedentes históricos inmediatos, buscando su causa en clásicos lejanos en el tiempo, en nociones abstractas como la venta de paraísos o la legitimación trascendente. Esta es una corta historia a la que precede un prólogo mucho más lato, a lo largo del cual la protagonista desarrolla su perspectiva libro a libro y debate a debate, y también va incubándose la amalgama de conflictos que eclosionarán con el estallido de la guerra.

3. Los inclasificables. Hablar para no luchar, conocer para no repetir.

Por las páginas del libro deambulan los personajes inclasificables, los que no caben en etiquetas reduccionistas, aquellos que no tienen un asiento concreto y que buscan su refugio arrastrando los pies por una carretera sin fin. Pájaros sin rama, los que fueron los despojados de la guerra y los que dan al traste con las interpretaciones simples de lo que fue el conflicto civil. En un panorama de blancos y negros, es necesario percibir aquellos grises.

En la novela los personajes discuten, se pierden en poemas que cambian de nombre y en conversaciones que son reflexiones que duran horas, días y semanas. Y cuando la guerra comienza, los debates cesan, el ambiente se oscurece y la música se detiene. Los libros dentro del libro hablan de la propia guerra y los ojos de los cuadros interpelan directamente al lector.

Mi Bárbara es una novela para la calle: guarda una vocación pedagógica en el relato ligero en clave memorística de las aventuras de Bárbara y su familia, de sus desgracias y alegrías, y acerca con él a cualquier público el principio de “no repetición” basado en una reflexión profunda sobre la guerra.

4. Una impresión.

“Las personas recuerdan las cosas según las interpretan”, dice don Pablo. Esta novela es un recuerdo de la guerra, uno específico y enteramente subjetivo de principio a fin, visto y evocado desde unos ojos concretos: los de Bárbara, que llora de pena al recordar.

La memoria es una sucesión de impresiones sensoriales que aplican luces y hacen distorsiones y omisiones al amparo de los anhelos, los odios y las adoraciones, y también de la felicidad, la tristeza, el desamparo o la añoranza. En la novela los ojos hablan, una linterna o una higuera son un personaje más, el agua estancada es la muerte y un caballo la libertad; una glicina crece sin freno, y los edificios respiran y marcan el ritmo de la historia y los acontecimientos mundanos.

5. La historia de la periferia, la guerra desde la retaguardia. La Huía/Desbandá.

Las nuevas décadas traen nuevas fuentes y perspectivas, y también historias todavía por contar recuperadas de rincones del mapa alejados de nopasaranes, alcázares que no se rinden, cuadros que primero fueron bombardeos o ministros que volaron lejos. A kilómetros de Franco y Azaña, del Ebro y el Jarama. Mi Bárbara cuenta la historia de la guerra en el Sur, entre Granada y Almería, conectadas por la huía de los que venían por la carretera de Málaga bajo las bombas. Es el conflicto retratado por una médica que reparó más en sus consecuencias que en sus motivos, que vio más mutilados, hambrientos y enfermos que armas.

Es también la historia de los hombres y mujeres gitanos que también estuvieron ahí, desperdigados por la historia del conflicto; la de Fernando de los Ríos, Norman Bethune, Eudoxia Píriz; o la Granada del siglo XX, que aun con su azúcar remolachero y los poemas de Federico García Lorca, quedó ensombrecida por la del siglo XV.

6. Las pioneras + las que no lo fueron.

La novela rescata del olvido el ejemplo verídico de las médicas que vivieron el conflicto, Amparo Poch y Eudoxia Píriz como nombres de referencia, encarnadas en el personaje de Bárbara y el resto de las jóvenes que trascendieron las puertas de la universidad. Pero también están presentes las que no las traspasaron y continuaron haciendo lo que las mujeres hacían. Las tías Julia, las Consuelo o las Rosita que siempre estuvieron ahí, haciendo cosas, contribuyendo desde el reverso de la historia a su devenir.

Fueron y son las que han sido doctoras sin título, los baluartes de la cultura y las primeras maestras. Antes de que Bárbara vaya a la universidad y Fernando de los Ríos le hable de socialismo, su tía le leyó cuentos, Consuelo le cantó coplas y una monja le enseñó a leer.

7. Un poemario y una carta. Una novela “rara”.

Las memorias de Bárbara se acompañan de un poemario y una carta que necesitaban estar ahí. Tres elementos que integran en forma y contenido la intención que vertebra el tomo desde la guarda anterior a la posterior. Y Federico presente en los romances, las seguiriyas, las soleares y el verso libre, y aún más su agua estancada y su luna. Vivo, más que fusilado, mirando a Garcilaso y viendo a las mujeres, y describiendo una violación.

Esta historia es muchas cosas. Es un tango mudo y sonámbulo en una Alhambra desnuda y nocturna. Es una glicina que crece y crece sin que nadie pueda impedirlo, es el blanco que es oscuro y el negro que no lo es tanto, es una música que se detiene de repente. Es vivir con los ojos abiertos, sin que ello impida pensar en verso. Es un grito por la paz, la vida y la memoria. Y por la tolerancia y el respeto a la diversidad en cualquiera de sus formas. Es un pulso por la libertad sin libertadores: la independencia. Es la mirada de los locos.

Es un recuerdo, un homenaje y un deseo. Es un poema.

Laura Andreu Noguera

Laura Andreu debuta en la novela con la historia de una médica amiga del poeta de Fuente Vaqueros que se ha convertido en una de las propuestas ambientadas en Granada con más éxito de esta primavera

Fusionar la intriga romántica y la ambientación en épocas pasadas de la historia es un cóctel con demostrada solvencia en todo tipo de ficciones, ya sea en películas, series o novelas. Si a esa mezcla se le añaden el atractivo literario de Federico García Lorca, el dinero de las azucareras y el amor en una Andalucía aún marcada por el caciquismo el resultado es un cóctel tan explosivo como el de Mi Bárbara, el debut literario de Laura Andreu (Torrevieja, 1997) y una de las sorpresas de la primavera entre las novelas ambientadas en Granada. En este caso, el libro publicado por ediciones Contraluz toma como eje la historia de una médica que no quiso la guerra y que luchó por no dejarse arrastrar por la locura y por sobrevivir en un mundo que no era para ella. Ese punto de partida permite a la joven autora ir más allá y reflexionar sobre las causas y la complejidad del conflicto, haciendo un homenaje a las víctimas, sin importar el bando al que pertenecieran.

Punto de partida

Graduada en Antropología Social y Cultural y máster en Antropología Física y Forense por la Universidad de Granada, Laura Andreu orientó pronto sus estudios hacia su aplicación en los ámbitos de memoria colectiva y violaciones de Derechos Humanos. En la actualidad estudia Medicina en la Universidad de Lleida, aunque sin abandonar su pasión por la escritura. Con raíz en este foco de interés y con sus inclinaciones literarias repartidas entre la narrativa, la poesía y el ensayo, nació Mi Bárbara, fruto de los años vividos en Granada, de la exploración de su geografía y su historia.

De una experiencia en una ciudad adoptiva, pero también de una pregunta. «Tratar el tema de la guerra parte de una cuestión que me planteé sobre qué fue la guerra y qué sucedió. Me puse a formarme para sacar mis propias conclusiones. Ahora tengo mi propia visión de la guerra y el abordaje literario que yo hago es el que Bárbara hace».

«La polémica sobre el tema de la Guerra Civil es omnipresente y yo misma, porque tengo familiares y conocidos de signos políticos muy diferentes, he escuchado versiones muy distintas de ella. En ese marco, empiezo a plantearme qué fue exactamente la Guerra Civil. En esos años me traslado a Granada para estudiar, entro en contacto con ideas nuevas, voy leyendo y conociendo la ciudad, y decido que en ella se emplazará la historia que cuente», detalla la autora sobre el germen de esta obra, que fue completándose de forma muy natural, casi orgánica. «La historia de la Granada de esos años y también la de la guerra en Andalucía es bastante desconocida, así que me parece interesante contribuir a que se conozca. Profundizo en Lorca y me enamoro, e igualmente entra a la novela. Descubro el episodio de la Desbandá y me indigno, y decido que quiero contarlo. Y así ha sucedido con todos los elementos de la novela», agrega.

Argumento

En la primavera de 1917, Bárbara, la sobrina huérfana de un magnate azucarero, cambia de pronto el mundo oscuro de un orfanato francés por uno inundado de la luz de Andalucía cuando se va a vivir a una casa señorial de Granada con una familia que desconocía tener. Junto a ellos vivirá unos años llenos de ideas, poesía y azúcar, una época vibrante y luminosa, llena de esperanza, pero también convulsa, que poco a poco se irá oscureciendo hasta terminar de apagarse con el estallido de la Guerra Civil. Para Bárbara, el inicio de la guerra traerá consigo un suceso que supondrá el último giro de tuerca de su trayectoria. Pese a todo, la escritora no deja apagarse el relato y, si bien la historia discurre por la penumbra y la oscuridad, termina con un epílogo en el que vuelven «los rayos de luz».

Ese recorrido que transcurre en la Granada anterior y posterior a la Guerra Civil reflexiona sobre las causas y la complejidad del conflicto a través de personajes que quisieron, sobre todo, evitar la contienda. Va así retratando la época del boom azucarero en una Andalucía marcada todavía por el caciquismo y en la que la familia de Federico García Lorca jugó un papel importante.

Tomar partido

Y, como en toda novela de la Guerra Civil Española, la cuestión de la toma de partido surge inevitablemente. «El proceso de construcción ideológica que experimenta Bárbara hasta posicionarse sobre el tema es, salvando las muy largas distancias temporales y las diferencias contextuales, uno similar al que yo experimenté. Ella ha leído lo que yo he leído, y su perspectiva es la mía pasada por el filtro de sus circunstancias, su personalidad y algunas modificaciones que quise introducir», comenta la autora, cuya finalidad ha sido «traer bajo el foco y dar voz a esa objetora de conciencia que es crítica sin dejar de ser subjetiva y que denuncia lo que está viendo, figura que en las novelas de este género suele ocupar un lugar periférico».

Por eso ha querido que «la historia estuviese narrada desde la perspectiva de un personaje concreto para subrayar su parcialidad», porque sabe que la imparcialidad es imposible de lograr. «Creo que para hablar de una distancia que permitiera rozar, que no alcanzar, una cierta objetividad sobre el conflicto (o por lo menos una menor visceralidad), este tiene que dejar de formar parte del pasado para convertirse en Historia. No obstante, creo que la Historia nunca es objetiva ni inocente, por muchos siglos que pasen. Tanto más si, como en el caso de esta guerra, lleva aparejada una discusión identitaria todavía vigente, un conflicto intrínseco que se ha ido legando a las generaciones posteriores».

Lorca

El personaje de Federico García Lorca tiene un peso importante en la trama, ya que aparece como amigo de la protagonista en esos años de juventud, «pero no es una historia sobre él». Esta relación se inspirada en algunas de las amistades que el poeta tuvo con mujeres, como Emilia Llanos, en la vida real. «No es una historia de su vida ni sobre una faceta de ella. Está presente en toda la novela y se ve su evolución, pero la idea de incluirlo en la novela, como el tema de la industria azucarera, responde a la necesidad de caracterizar la Granada del momento. Por eso están tan presentes los dos, para describir el panorama cultural y el económico respectivamente».

Lorca está presente como personaje y como «referencia implícita en el propio libro», por eso el final cuenta con un poemario a modo de diario en verso que ella va escribiendo a lo largo de su vida como una especie de memorias con rima. Unos poemas en los que «la influencia de Lorca es palpable» porque el desarrollo de «Bárbara es el de Federico».

(B. Rico. Granada Hoy)

MI BÁRBARA (FRAGMENTO)

1

¿Cuándo la vi por primera vez?

No me acuerdo. Pero sé que fue a través de una ventanilla limpísima, impoluta. La ventanilla del asiento trasero de un flamante coche nuevo. Un Renault de vértices dorados con cabina. Una novedad. Un capricho.

Qué elegante era aquel coche. Los coches de entonces eran más elegantes que los de ahora, ya lo creo. Recuerdo que no había ni una sola huella marcada en el cristal. Nada, ni una mota de polvo. Y que yo llevaba un vestido azul y Flavia uno verde. Y un sombrerito de paja que le envidiaba secretamente.

Y no recuerdo qué día fue. Pero era mayo, mayo de 1917. Lo era, porque a principios de mayo comienzan a caer las glicinas. Mis glicinas.

Sí, era mayo. Y hacía calor. Hacía sol. Mucho, porque me cegó albajar del coche.

Sí, lo recuerdo perfectamente. Qué sol tan radiante, qué luz había. La memoria es extraña. Envuelve los recuerdos, los recubre de una pátina, una especie de neblina brillante… no sabría explicarlo. Solo sé que cuando evoco aquel día recuerdo mucha luz. Muchísima, un sol entero sobre mi cabeza iluminando con toda su fuerza todo aquello. Y, sin embargo, no debía de haber tanta luz. No lo sé. La memoria aplica su propio foco y, cuando una recurre a ella, hace lo que quiere. Alumbra unas cosas u otras a conveniencia, y ajusta la intensidad también a conveniencia. Ilumina los recuerdos más felices, los llena de claridad y colores vivos, y enturbia y oscurece los más aciagos. Los moldea, los distorsiona y los convierte en algo que quizá nunca sucedió.

En ocasiones juega a la contra. A veces la realidad descubre el sufrimiento a plena luz, descarnada y despiadada, y se burla del dolor con colores estridentes e insultantes. Y también oculta los momentos hermosos en el centro de una bruma oscura y asfixiante que los hace disolverse como si nunca hubieran existido, perdidos en la inmensidad.

Porque la oscuridad es inmensa y la luz no. Ha de abrirse paso en esa infinitud, a tientas y dando tumbos, para encontrar esos recuerdos heridos y rescatarlos. Ponerlos de nuevo a su amparo y quedar fijada a ellos para que no vuelvan al territorio de la sombra.

Y esa luz… la luz se adhiere a la vida y queda atrapada en los lugares más recónditos, más insólitos. En el rectángulo de suelo a los pies de una puerta entreabierta o en el espacio que rodea un candil encendido en la oscuridad, por ejemplo. Incluso en el agua, esa agua blanca sobre piedras grises en que queda grabado el cielo descubierto por los chopos que le dan sombra. Me viene a la memoria aquel cuadro de Sybill, el de las piedras del río. Cuánta luz había conseguido pintar en aquel lienzo.

Aquel día hacía sol, estoy segura. El primer día que la vi solo hacía sol. La gran casa amarilla se recortaba contra el cielo como una mole imponente. Sólida y hermosa. Irreal a través del pequeño rectángulo de cristal de la ventanilla, y definitivamente distinta.

—¡Qué bonita es, papá! —exclamó Flavia, extasiada.

—Flavia, no incomodes a tu prima. La estás aplastando. Don Pablo casi consiguió sonar severo. Yo lo llamaba don Pablo, porque todavía no era mi tío. No hasta que me acostumbrase. Flavia, sentada entre su padre y yo, se apretujaba junto a mí y ambas nos manteníamos pegadas al cristal para poder contemplarla bien mientras el coche se acercaba lentamente a la mansión. En el asiento del copiloto, los dos bracos que Esteban llevaba a sus pies hacían lo propio.

Una casa es como un cuerpo humano, creo yo. Como un ser en sí mismo, un organismo palpitante que respira, que piensa. Y aquella estaba llena de música, de pasos que recorrían las habitaciones entrando y saliendo como el aire en los pulmones, y del jaleo de la cocina y el silencio del tío fumando sentado a su escritorio. Dios, cómo detestaba aquel olor. Recuerdo que siempre andaba abriendo todas las ventanas, aun en pleno invierno, para ventilar las habitaciones. Y ahora añoro el humo de aquellos cigarros puros y el silencio tranquilo de los libros.

Aunque en la casa también hubo de ese otro silencio. Ese vibrante e inquietante que asfixia poco a poco.

—¡Qué emoción, prima! —Flavia palmeaba excitada.

Yo diría que Consuelo y los demás eran las entrañas de aquella casa. El tío era el órgano rector, el cerebro, y Flavia… Flavia, los pulmones. Sí, los pulmones. Y la tía y su música, el corazón. En su sentido más orgánico. Aquella música era el latido de la casa, el sonido de un corazón bombeando con brío la sangre. La sangre, Dios mío. Tanta sangre…

Federico escribió una vez: «Corales tibios dibujan arroyos en rubio mapa». Y eso es lo que fue. Ríos rojos, ríos de sangre derramada sobre la piel violentada, sobre los campos amarillos y también sobre aquella casa, como tantas otras. Pero aquello fue mucho después, al ponerse el sol de un atardecer que había comenzado no sé cuándo. Mucho antes, en cualquier caso, de que ninguno de nosotros pusiera un pie en la tierra.

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