Luis Salaberría

Teresita Mortandad. Una novela ridícula

13/12/2025 - 12:00 - Librería Proteo

Presentación de Teresita Mortandad. Una novela ridícula (La Umbría y La Solana ediciones) novela del artista plástico malagueño Luis Salaberría. En charla entre el autor y Héctor Márquez.

13/12/2025 - 12:00 - Librería Proteo - Pta. de Buenaventura, 3 - Málaga
Entrada libre hasta completar el aforo.

En el mundo del arte, el malagueño Luis Salaberría es sobradamente conocido desde finales de los años 80 como artista plástico. Pintor, sí, pero sobre todo un espectacular ceramista cuya carrera se ha desarrollado sobre todo en Madrid y ha expuesto en numerosas galerías -Juan de Aizpuru, Fúcares…- y museos de todo el mundo. Pero lo que nos interesa ahora es su recién iniciada faceta como novelista. El próximo sábado 13 de diciembre, a las 12 am, lo recibiremos para presentar su primera novela, publicada por la Editorial La Umbría y la Solana, Teresita Mortandad. Una novela ridícula. La obra cuenta una historia de fantasmas en clave de humor, donde no falta la crítica al mundo del arte y sus postureos. Conoceremos de primera obra este brillante y divertido debut en una conversación entre el autor y el periodista y director de El Tercer Piso Héctor Márquez. Patrocina Fundación Unicaja. Entrada libre.

Damián, un muchacho de diecisiete años, es invitado a participar en una sesión espiritista en un decrépito caserón construido sobre las ruinas de un palacio. Esa noche se enamorará de Teresa Rojo, una joven que ansía ser un referente en la historia del arte fotografiando la oscuridad y grabando el silencio. También conocerá, entre otros, excéntricos personajes: a una fantasma ninfómana y a un escritor fracasado, que convive con la momia de su madre.

Teresita Mortandad es una novela de humor, en la que futuro y pasado se entremezclan en una amalgama pegajosa y ectoplasmática, donde vivos y muertos buscan redención, venganza o echar unas risas.

«A partir de esta noche, yo, la niña sinsustancia, antes conocida como María Teresa Rojo Carretero, seré llamada Mortandad, la salvaje, la irrefrenable, la aniquiladora y, en apenas unas horas, concebiré una pieza conceptual, multidisciplinar, genial y peligrosa, que deslumbrará al mundo y pasará a la historia por ser la piedra clave que sustentará la bóveda del arte contemporáneo de finales de este siglo y parte del siguiente».

«Lo mejor de Teresita Mortandad es la energía y la sensación de libertad y despreocupación (…). Con un aire algo retro y un humor absurdo y macabro, Teresita Mortandad es una especie de astracanada espiritista, con bromas escatológicas y sexuales, ingredientes metaficcionales y montones de personajes estrafalarios, y un ánimo más cercano al juego que a la sátira”.

(Daniel Gascón. Babelia. El País. Junio 2025)

“Todo es crepuscular, esperpéntico y muy hispánico. Transcurre en los setenta y un poco en el siglo XXI, el tiempo da igual, es una novela de familia y allegados, incluyendo muertos o muertas que se aparecen sin parar, espíritus en una casa que se hunde como si Juan Rulfo se hubiera vuelto loco, o cuerdo. 

Luis Salaberría ha debutado con este cacharro intempestivo, humorístico, brutal. Podría ser una alegoría del hundimiento de Occidente si no fuera porque quizá llega tarde.

Personajes dislocados, situaciones terminales, mugre, oropel grasiento, juegos verbales que dinamitan siglos de sabiduría obsolecida: diez capítulos y diez narradores, aunque haya mucha gente siempre sabes dónde estás: una casa que se hunde, una familia que se acaba, un mundo rural que ya no existe más que en las pesadillas de los fantasmas, un mundo del arte que querría ya en vano captar algo de ese fin de época y fin del mundo, pues no se atisba otro, no hay recambio. El arte como inversión de fondos de ídem”.

(Mariano Gistaín. 20 minutos. Agosto, 2025) 

Teresita Mortandad, una novela ridícula… la primera ficción de Salaberría, más acostumbrado a las salas de arte, es una mezcla de géneros con varias capas: una de apariencia cómica, con tintes eróticos y de terror, y otra más oculta, que habla de las pérdidas que conlleva el paso del tiempo. Así que el lector, que tiene en Damiancito un personaje goloso, dispone de la opción de reírse y de percibir la tristeza. O ambas a la vez.

Mortandad es el apodo de Teresa como artista y su diminutivo, la manera en que la conocen sus cercanos. Es ridícula (lo dice el título, no quien esto firma) porque contiene elementos absurdos y humorísticos, metaliteratura pura. No hay amor en esta historia original de muchos recorridos, hay muerte y humor de la primera a la última página. Salaberría es lector de largo, cómo explicar si no, este brillante debut. ¿La literatura como bálsamo? “Espero reírme, excitarme, entristecerme o pasar miedo cuando leo y esas emociones están en lo político, porque todo es político: con quien prefieres hacer el amor, cómo te relacionas socialmente, a qué tienes miedo, de qué te ríes…”, apunta.

Si bien, la conciencia literaria abarca algo más importante que a uno mismo: “Sirve como reclamo de derechos, pero también y previamente, como forma de fortalecer al lector como individuo frente a condicionamientos impuestos por otros”. Salaberría confiesa que su juventud transcurrió pareja revistas como El Víbora y a una narrativa erótica y de terror; también a películas de Buñuel, Zuleta y Almodóvar. “No es necesario leer a Marx para tener una conciencia política”.

El creador de esta novela que deambula entre el espiritismo y el arte con excéntricos personajes (un joven bisexual, una fantasma ninfómana y un escritor fracasado, entre una corte coral) escribe para salir de su zona cómoda. “Por comunicarme con los demás con elementos que no sean meramente plásticos, por coherencia, por afán de aventura, por reírme de mí mismo…”.

¿Debe un homosexual escribir de lo suyo para reafirmar su conciencia personal? “No necesariamente, pero si un autor quiere hablarnos de sí mismo, que lo haga, aunque no es su obligación. Alana S. Portero (la autora de La mala costumbre, un libro sobre su transexualidad), puede escribir una novela o lo que quiera porque tiene la capacidad y el derecho. Rafael Chirbes escribió de muchos temas, también de su homosexualidad en Paris-Austerlizt, y lo hizo con tanto distanciamiento que parecía un tema muy ajeno a su biografía. Quiso alejarse para hablar de ello”.

(Rosa Ballarín. Shangay. Julio 2025)

FRAGMENTO DE TERESITA MORTANDAD

El futuro

Damián

Apareces ahora, después de tanto tiempo. Vienes des­de un pasado blando y viscoso para interrumpir mi sueño y darme una noticia. Tendido, bajo la oscuridad de la noche, siento tu presencia. Me incomodas, pero no te tengo miedo. Cuidado, desconfía de mí. Soy un animal herido.

De repente, amanecerá. El dormitorio se inundará de una luz artificial, excesiva y blanca. Desde la cama veré los parterres de euforbias aplastados por la nieve, oiré los alegres ladridos del perro biónico y las risas de los androi­des en el cuarto de juegos. Lo habré conseguido. Seré rico. Seré feliz.

Tras una reparadora ducha, desayunaré en nuestra co­cina estilo High-Tech unos churros con chocolate en com­pañía de Tian, mi amada segunda esposa, la china cristalina como un arroyo de montaña. Sonará el celular. Desde algún lugar, al otro lado de la ciudad, mi asistente personal se dis­culpará por molestar. Se trata de un asunto feo, dirá con la voz ronca de quien ha pasado la noche fumando, bebiendo, tal vez riendo sin parar. Lo siento. Lo siento mucho, repetirá dos, tres veces. Lo siento mucho, señor Cerezo. Me anun­ciará tu muerte. Te suicidaste hace tres días. Encontraron tu cuerpo ayer, bajo el agua, en una bañera, en el cuarto de baño de la habitación de un hotel llamado Zenit.

Gritaré tu nombre: ¡Teresita! Lanzaré el teléfono trans­portable contra una estantería italiana Bel Design con tan buen tino que golpeará un cuenco de porcelana de la dinas­tía Qing, que se hará pedazos al caer y chocar con el suelo de piedra caliza formada por los caparazones y esqueletos de criaturas marinas muertas en el Ordovícico, hace cua­trocientos millones de años. De ti, Teresita, no quedará ni un diente de leche envuelto en un retalito de seda ni un me­chón de cabello dentro de un relicario ni unas uñas corta­das guardadas en un pastillero.

Me enamoré de ti nada más verte; la gasolina, los pe­tardos, los fuegos artificiales, todo lo inflamable que guar­daba en el bolsillo de mi corazón estalló una noche, en una vieja casa, en un pueblo que ya no existe. Aquella noche vivimos peripecias inexplicables que nos unieron al uno con el otro. Para bien o para mal. Se mezcló la materia con la conciencia, lo de arriba con lo de abajo, lo oscuro con lo luminoso, solve et coagula. Caí seducido.

Durante el tiempo que vivimos juntos te seguí sin des­canso, como un perro de caza persigue a su presa. Te amé y deseé con desesperación mientras me herías con tu indi­ferencia. Me humillaste y ninguneaste, aunque exigías mi presencia cuando sufrías. Si yo te necesitaba, tu desapare­cías. Jugabas a darme esperanzas, que me quitabas luego, y a provocarme celos al coquetear y engañarme con unas y con otros. Aprendí a encajar tus golpes y sobrevivir echán­dote de menos.

Tian, hialina y diáfana como un cartílago, fría como un campo escarchado bajo la luz de la luna llena, al ver rota la carísima antigüedad, despotricará en mandarín. Distin­guiré tu nombre, ¡Teresita!, entre el violento galimatías sa­lido de su boca.

Al día siguiente volaré hasta la ciudad a orillas del mar donde habrás elegido morir. Allí ya será primavera. En el vestíbulo del tanatorio conoceré al responsable de la organización donde intentaban reanimarte tras años de adic­ciones y tristeza. Integración y sociedad serán vocablos muy presentes en la conversación. Me explicará cómo y dónde ocurrió tu muerte. El porqué no lo sabrá. Me co­municará que soy una de las dos personas a las que debía informar de tu deceso. La otra será avisada, pero no apare­cerá. Me entregará una maleta con tus pertenencias: ocho cuadernos garabateados, decenas de polaroids, cintas de casete y una carta a mi nombre. En ella pedirás que te re­cuerde con alegría, sin rencor ni compasión, y que arroje tus cenizas al mar, en esa playa, ya sabes, esa donde caen aguas fecales en cascada y crece un algarrobo entre dora­das cañas y alegres chumberas.

Discretamente entregaré un fajo de billetes al repre­sentante de la entidad no gubernamental sin ánimo de lu­cro donde te ampararon durante estos últimos meses. Unas gaviotas volarán en círculos sobre mí. Graznarán irritadas. Conoceré a tus compañeras del piso de acogida, mujeres de ojos amarillos y rostros afilados y tristes. Me sentiré afli­gido, pero reuniré fuerzas y seré yo quien las reconforte y anime. Les contaré lo mucho que te quise, loaré el estar vivo y elogiaré el aroma a azahar llegado con la templada brisa. Ellas me rodearán emitiendo un silencio estridente y las oiré decir: ¡Sácanos de aquí, queremos emborracharnos, necesitamos drogas, tú la mataste, eres un pingafloja y un feminicida y te vamos a matar, cabrón!

El relaciones públicas de la funeraria interrumpirá la transmisión telepática y advertirá que no tenemos derecho a un lugar donde velarte, pero podremos acceder a un salón de actos donde llorar diez minutos. Allí, una de tus convi­vientes, una joven con pintas de anciana o una vieja con el aspecto de una muchacha cansada, subirá al estrado con un radiocasete. Sonará, como homenaje, “La vie en rose, porque era tu canción favorita, nos dirá, pero no oiremos a Edi­th Piaf, sino a Thalía, porque su versión es más animosa, se­gún su opinión. Hundirá la tecla del play, y los tres minutos con dieciocho segundos que durará el hit, con sus rasgueos de guitarra, el chunda-chunda y los chillidos en francés de la mexicana, me servirán para recordar esas melodías que hubieran sido más afines a tu gusto: el Cuarteto del final de los mundos, la Sinfonía para terminar con el tiempo o la So­natina de los acaboses. Después, otra de tus compañeras de piso saltará a la palestra de la mano de una niña resfriada y, ayudadas de anotaciones, recitarán la “Elegía a Ramón Sijésustituyendo “compañero” por “compañera” y Ramón Sijé por Teresa Rojo. La torpe declamación hará que las emociones descritas en el poema no afloren y que el senti­miento se vaya a la porra. Aplaudiremos con desgana y tras unos minutos de incómodo silencio un operario nos saca­rá con prisas del salón porque habrán pasado los minutos asignados y será momento de homenajear a otro fiambre.

Fuera, en el pasillo, el operario preguntará si alguien quiere ver tu cadáver. Repararé que soy la única persona pre­sente que te conoce desde hace más de un semestre y seré yo quien certifique a tus pocos amigos, si alguno pregunta, que la que estaba de cuerpo presente eras tú y no una imposto­ra. Daré un paso adelante virilmente. No será agradable, me prevendrá. Llevarás muerta tres días, dos de ellos bajo el agua de la bañera donde te cortaste las venas tras ingerir un puña­do de ansiolíticos y beber un litro de coñac y varios chupitos de amoniaco. Seguiré al operario por unas escaleras y reco­rreremos con prisas un largo corredor y a cada paso sentiré más y más frío. Abrirá una puerta metálica y me hará pasar a una salita iluminada por fluorescentes. Olerá mal. Sobre una camilla estarán tus restos. Acérquese, me dirá, no tenga mie­do, no sea cobarde, es solo un cadáver, será solo un momento, verá cómo después se siente mejor. Al retirar el paño que te cubre veré un rostro hinchado y cerúleo, unos labios torcidos y unos ojos abiertos, albuminosos y hundidos en las cuencas, y esta imagen será la que se fije para siempre en mi memoria y no el precioso cutis, la boca de fresa y los chisporroteantes ojos negros que un día me hicieron tanto mal.

—He escrito este texto hoy por la tarde, en la bibliote­ca de la facultad, inspirado por un arrebato desconocido. Las palabras han llegado a mí de improviso, pero ordena­das como una revelación. Lo he titulado El futuro porque de allí ha venido, profético y esclarecedor. ¿Qué te parece, Teresita?

—Que como escritor eres muy mediocre y no tienes gracia y como persona, un grandísimo hijo de puta.

—¿No te ha gustado?

—¿De esa manera crees que voy a morir, sola, sin ami­gos ni familia, quitándome voluntariamente de en medio?

—He tenido una visión y así la he contado, Teresita.

—Quizá tengas razón, Damián, y en algún momento de mi vida prefiera la muerte. Hablaremos de mi suicidio en otro momento. Ahora vete, que estoy creando, pero antes prepárame uno de esos cócteles que tan bien sabes hacer y deja de llamarme Teresita, ¡gilipollas!

(Teresita Mortandad. Luis Salaberría. Editorial la Umbría y la Solana. 2025)

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